José Luis Hereyra Collante
2020
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
Corporación Universitaria de Caribe – CECAR
Rector
Noel Morales Tuesca
Vicerrector Académico
Alfredo Flórez Gutiérrez
Vicerrector de Ciencia Tecnología e Innovación
Jhon Víctor Vidal
Directora de Investigaciones
Luty Gomezcáceres
Coordinador Editorial CECAR
Jorge Luis Barboza
editorial.cecar@cecar.edu.co
©
2020 José Luis Hereyra Collante, autor
ISBN: 978-958-5547-37-7 (impreso)
ISBN: 978-958-5547-71-1 (digital)
DOI: 10.21892/978-958-5547-71-1
Ilustración de la portada:
Obra del joven artista Damián Rosado Hereyra, New Jersey, USA.
ColecciónProsa
Sincelejo, Sucre, Colombia.
Hereyra Collante, José Luis
El desagüe. Cuentos, reportajes y artículos / Sincelejo : Editorial CECAR, 2020.
97 páginas; 23 cm.
ISBN: 978-958-5547-37-7 (impreso)
ISBN: 978-958-5547-71-1 (digital)
1. Poesía 2. Cuento 3. Cultura 4. Región del Caribe 5. I. Hereyra Collante, José Luis II.
tulo.
808.818611 H543d 2020
CDD 23 ed.
CEP – Corporación Universitaria del Caribe, CECAR. Biblioteca Central – COSiCUC
Contenido
José Luis Hereyra en el espejo cifrado del Caribe ........................... 9
Miguel Iriarte
Cuentos, relatos y fábulas
El desagüe .................................................................................... 15
Disección de un desencuentro ...................................................... 19
El nadador ....................................................................................23
El farmaceuta ............................................................................... 27
El peso de ser hombre ................................................................... 31
La cueva de cielo y estrellas de Orianita ...................................... 37
Bosquejo inicial para una nueva arca final .................................. 43
Reportajes
Reportaje a Freda Sargent de Obregón ........................................ 49
Manolo Vellojín o las soluciones precisas .................................... 57
Memoria no inicial de Alberto Assa ............................................. 63
Artículos
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca” ..................73
Elvia Chadid Jattin: La fertilidad de la imaginación ...................77
El hogar de los Salgado Berrocal ..................................................81
José Prat y las coplas de Jorge Manrique ..................................... 85
Música, misteriosa forma del tiempo ........................................... 89
Libia Díaz Carrascal: voz, música y danza ..................................93
Elías Eslait Russo, amigo del alma .............................................. 95
“Lágrimas negras”, de Bebo y Cigala .......................................... 99
Albert Camus: “No soy existencialista” ....................................103
Lewis Carroll (1832-1898) ......................................................... 107
José Lezama Lima (1910-1976) ..................................................109
A Carmen Collante de Falquez,
Maximiliana Cormane Arango,
Olga Victoria García Cormane y
Francia Beltrán de Henríquez,
cuya generosidad y amor iluminaron
mi vida en todos esos años para siempre.
“Man can be destroyed but not defeated.”
Ernest Hemingway
“The old man and the sea”
9
José Luis Hereyra en el
espejo cifrado del Caribe
Miguel Iriarte
Un prólogo puede servir para varias cosas, además de la función
no tan protocolar que normalmente la preceptiva le atribuye con más
o menos acierto.
Puede servir para masajear la vanidad o el intelecto del
prologuista o del prologado; para iluminar, con mayor o menor
fortuna, a los hipotéticos lectores los caminos del texto que tendrán
entre manos (información contextual, atisbos interpretativos,
novedades biográcas o textuales no presentes en el texto, entrelíneas
claves, notas aclaratorias…), como en realidad tendría que ser; o, en
el peor de los casos, ser un texto sin mucho que decir ni agregar, por
decisión o por carencia, y en el que resulta muy fácil descubrir, en las
primeras líneas, su escandalosa nada.
En el caso que nos ocupa, el lector debe saber que este es un
libro que su autor nos debía desde hace tiempo. Luego de años
de reconocimiento poético indiscutido en el contexto del Caribe
colombiano, respaldado por la publicación de ocho libros de poesía
que han sabido dejar la huella histórica de una voz distintiva, José
Luis Hereyra no se había permitido compartirnos, sino de manera
fragmentaria y esporádica, la realidad de su dimensión de prosista,
y, por eso, pudiera parecer ahora que la publicación de este libro
es una simple treta de la nostalgia, la pretensión de una memoria
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
10
en alguien que ha tenido ya un largo e intenso trato con la vida y
la escritura, y quiere dejar recogido para la posteridad aquello que
ha sido también parte de una vida para la creatividad y las ideas de
nuestra vida cultural en el Caribe. Lo que, desde luego, podría ser, y
lo es, en efecto, un gesto absoluta y positivamente válido.
El hecho de que este libro esté presidido en su organización
estructural por el cuento El desagüe, y que este dé precisamente título
al volumen, me parece un acierto que tiene la función histórica de
recordar una de las anécdotas más interesantes y curiosas de la
cuentística del Caribe colombiano. No me detendré aquí a ilustrar los
detalles del episodio, que es ampliamente conocido, pero sí diré que
ese texto, que fuera ganador en 1971 del Premio Nacional de Cuento
de El Espectador, no solo reveló un nuevo talento de nuestra narrativa
en su momento, y sembró con ello un hito de obligada referencia en
ese campo, sino que sirvió para abrir una racha de eventos literarios,
curiosamente vinculados en la mayoría de los casos a la poesía textual
y vital de Pepe Hereyra, mientras que la narrativa y la prosa, en su
forma de crónica, cuento, artículo o reportaje, eran una presencia que
solo aparecía en los intersticios que dejaba la estatura y el volumen
de su voz poética, presente en múltiples escenarios y en los libros que
iban sucediéndose uno tras otro a lo largo de los años.
Así, entonces, la edición de este libro es también un acto de
justicia con unos textos que bien merecen el benecio de la luz de
la lectura pública, porque en ellos está también la verdad de un
rostro literario que necesitamos ver completo para llegar a mirarnos
de frente en él como en un fragmento del espejo cifrado de nuestra
propia cultura.
El libro abre así con el famoso cuento El desagüe, un texto breve,
intenso, apremiante, ansioso, que sabe transmitir la desesperada
sofocación de estar atrapado en el tubo de un desagüe que nos
lleva fatalmente hacia la única luz posible al otro lado: la muerte. A
José Luis Hereyra
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ese texto le siguen en ese género cinco piezas más: Disección de un
desencuentro, cuento que es también Premio Nacional de Cuento de
El Espectador, en 1971, y que fue el cuento que sirvió para dirimir el
caso de suplantación de autor que había ocurrido con El desagüe en
ese mismo concurso unos meses antes; El nadador, cuento publicado
en el suplemento dominical de El Espectador en abril de 1972; El peso
de ser hombre, cuento nalista en el Concurso Nacional de Cuento
del periódico Vanguardia Liberal y la Revista Jorge Zalamea, El Gran
Burundún Burundá, Bucaramanga, 1980; La cueva de cielo y estrellas de
Orianita, una suerte de falso cuento infantil, denitivamente atípico
en lo que pudiéramos llamar temáticas reconocibles de Hereyra,
pero sin embargo pleno de poesía y misterio que trasciende las
convenciones de lo etario, como podríamos decir que ocurre con El
principito de Saint Exupery; y cierra esta primera parte del libro un
raro texto también, un poema en prosa, algo a medio camino entre
el cuento y el ensayo breve, un apólogo quizá, que titulado Bosquejo
inicial para una nueva arca nal nos invita a seguir leyendo una prosa
que nos ofrece en su alma narrativa eso que desde siempre ha estado
Hereyra intentando decirnos y que está absolutamente claro en su
poesía.
Siguen a esta primera parte, no marcada en el libro, dos
hermosos y profundos reportajes a dos grandes guras del arte en el
Caribe colombiano: el primero a Freda Sargent, ex mujer de Alejandro
Obregón, texto publicado en el periódico El Espectador en mayo de 1978,
una aproximación inteligente y aguda a la rica experiencia existencial
de una gran artista abordada desde su experiencia personal, su
infancia, su cultura y el arte, bordeando siempre de forma contenida
y delicada sus relaciones con Obregón, con una sutileza que sugiere
mucho más de lo que dice.
Y el otro reportaje se titula Manolo Vellojín y las soluciones
precisas, publicado también en El Espectador en junio de 1978, y es
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
12
el exquisito encuentro de dos poetas, en el que uno, Hereyra, con
excelente tacto, intuición y ciencia, se asoma al abismo del otro,
rondando con precaución sus honduras para dejar apenas sugerido
el testimonio de un artista nuestro, un barranquillero, que desafía las
ataduras referenciales de lo previsiblemente Caribe para mostrarnos
los alcances de otras búsquedas no sospechadas.
Le siguen a esos reportajes una magníca crónica titulada
Memoria no inicial de Alberto Assa, una pieza bellamente escrita y llena
de revelaciones maravillosas sobre el autor y el personaje, en el que se
logra un retrato vivo de ambos y la recordación de un momento clave
en la historia educativa de la ciudad de Barranquilla. Texto que fue
publicado en el número 24/25 de la revista víacuarenta en el segundo
semestre de 2017.
Y cierran este libro cinco artículos periodísticos que son todos
sendas piezas de apretada síntesis temática y lúcida concentración
de estilo; yo diría que son intentos ensayísticos sometidos a la camisa
de fuerza, a la manea estrangulatoria de la nota periodística, sin
que podamos decir que ello frustra el resultado de una feliz lectura,
sino que con ellos nos sucede que hubiésemos querido seguir en la
navegación de un lenguaje que nos promete una agua honda que, en
este caso, remata muy pronto con las piedras de la orilla.
Sirvan entonces estos cuentos, crónicas, reportajes y artículos
periodísticos, para que un nuevo lector recuerde o descubra el
universo ampliado de lo que ha sido siempre la ambiciosa poesía de
José Luis Hereyra y que aquí toma forma de otras cosas.
Cuentos, relatos y fábulas
15
El desagüe
Premio Nacional de Literatura “El Espectador”,
Bogotá, septiembre de 1971
El cachorro, de raza ya perdida entre mil cruces, estiró las orejas
y ladró hacia el ruido. Algo como un rumor de cosa roída. Del fondo
de la despensa, cruzó la rata gris hacia la boca del antiguo desagüe y
se introdujo con gran celeridad.
El cachorro siguió con su cuerpo el hueco dejado en el aire
desplazado por el cuerpo de la rata gris y penetró en la obscuridad
del tubo. Empezó a arrastrarse hacia el fondo del corredor estrecho de
aquel cauce abandonado de aguas sucias y desperdicios endurecidos.
Trató de avanzar con rapidez, pero su posición se lo impedía: el
vientre rozaba cada vez con mayor presión sobre la arenilla fétida y su
espinazo rayaba contra las salientes irregulares del tubo defectuoso.
Sintió el chillido provocador más adelante. Tenía que acabar
de una vez por todas con esa sombra burlona de cola escamosa y
aca. El cachorro empujó con sus patas traseras. Sintió que el tubo se
estrechaba más y que su cuerpo se comprimía en el seudo cilindro de
cemento áspero.
Había que seguir. Era la oportunidad esperada. Muchas veces
al día oía protestar a su amo:
—¡Este perro del diablo no sirve para un carajo!
Del cuidado cotidiano de leche y pan había pasado al incomible
arroz frío.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
16
—¡Si quieres carne, coge ratas que bastantes que hay!
Si cogía una rata, volverían a tratarlo bien, de modo que la
salvación estaba precisamente ahí, en la obscuridad, más adentro en
el tubo estrecho.
Se echó hacia delante acuciado por el chillido burlón. El hocico
contra las patas delanteras, pugnaba por más espacio. Trató de salir
hacia atrás, pero se sintió peor: el esfuerzo de las patas traseras, al
impulsarse, disminuía el volumen total, su espacio vital. Mejor era
seguir adelante, a lo que fuera.
Por su parte, los dos ojillos rojizos que huían tropezaron con un
imprevisto: el desagüe inservible ya no seguía hasta el otro lado de la
casa: había sido inutilizado.
La rata se devolvió solo para sentir un lamento canino
angustiado y anhelante más próximo cada vez. El cachorro sentía
sobre sus cansadas costillas una prensa innita, la baba se le escurría
sin control. Trató de coger una bocanada grande de aire con su jadeo
desesperado, pero el vestido de cemento y arena se lo impidió. Su
pellejo, en íntima comunión con las paredes del túnel, se humedecía
aceleradamente con la sangre oscura que le brotaba de las peladuras.
Continuó su carrera demasiado lenta contra algo que él mismo
no comprendía. El olor a humedad antigua se le iba por los ojillos
dilatados. Ahora, sentía el chillido angustioso cerca de su nariz,
demasiado cerca. La rata gris midió su posición indescifrable,
ajedrecística: su pequeñez la hacía poderosa en la estrechez ambiental,
pero la salida había cedido su lugar a una caverna de colmillos
ansiosos. Sintió el aliento rabioso que la pretendía, la angustia común.
Entonces, el cachorro trató de respirar por la boca y coger el
soplo vital fugitivo, cuando algo demasiado grande para su garganta,
blando y peludo, se incrustó con fuerza en el camino de su vida. Sus
ojos se llenaron de lágrimas, su cuerpo fue temblando, aprisionado, a
José Luis Hereyra
17
dar contra algo que le restaba la ida. Su sentido del espacio resbaló en
un extraño mar, oscuro y desconocido.
19
Disección de un
desencuentro
Ir a un encuentro no puede ser nunca escapar,
aunque releguemos cada vez el lugar de la cita.
“El Perseguidor”, Julio Cortázar
Premio Nacional de Literatura “El Espectador”,
Bogotá, septiembre de 1971
Yo siempre he soñado con tener una cometa, como la cometa
del niño de la vuelta, el del suéter rojo de rayas blancas, el que no
me la presta desde la vez que yo me la quise llevar para mi casa; la
cometa es linda, pero no es mía y yo quiero tenerla, y cada vez que
lo veo con la corneta me da rabia, y quiero que mi mamá se la quite
y me la dé. Pero no quiero otra sino esta, la que el niño de suéter rojo
de rayas blancas lleva siempre como si fuera su novia y no me la da a
mí, a mí que todos dicen que soy una niña bonita.
El papel ya estaba sucio de tantas manos que lo habían sostenido
y doblado, y de tantos ojos que habían pasado su mortaja inmaterial
sobre ese par de títulos —tan iguales, pero tan distantes—, tan
vertiginosamente opuestos en esa igual, totalidad de palabras: “Ese
cuento es mío”, ‘Es mío ese cuento”…
Ese cuento es tan mío, lo siento ya tan mío como si yo lo
hubiera escrito en verdad, porque yo también he sufrido esperando,
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
20
esperando. José Luis no debe molestarse: para él no es nada pues todo
le sale tan fácil. El surge de todas maneras porque tiene capacidades.
…“Ese cuento es mío”, “Es mío ese cuento”...
No sabía todavía dónde empezaba el uno y terminaba el otro.
Pensó que, tal vez, era el mismo sol con un lado muerto, un sol de
lado oscuro, un sol que probaba la existencia de un sol medio, ya
que no podían existir soles gemelos. En su cabeza otó el recuerdo,
el origen de todo este barullo que ahora lo perseguía hasta en lo más
profundo de sus sueños, allí donde resbalaba sin nunca darse cuenta,
porque aun allí en el fondo del pozo, estaba presente.
Este Pepe no coge seriedad nunca. Una se cansa de decirle en
todas las formas posibles que coja juicio, que ya no es un niño, que
vea lo que va a hacer, pero a él le entra por un oído y le sale por el
otro. Hoy tampoco vino a almorzar. De seguro anda con otra de las
amiguitas para arriba y para abajo. Yo siempre le he dicho que las
mujeres van a ser su perdición; cuando está con cualquiera de las
desvergonzadas de ahora, se olvida hasta de la comida.
Siguió mirando y tropezó con la foto de ella rodeada por su
historia apócrifa e ilusoria, desesperada por salvar algo que nunca le
había pertenecido. Allí, en el reportaje de ella, un ratoncito que huía sin
encontrar salida en un espacio inmenso, observado vorazmente por
una chica que no huía de los ratones, le hizo recordar la rata gris que
su cción había enfrentado a un cachorro angustiado en perseguir su
razón vital, su realización consciente y plena. El ratoncito le pareció
ridículo, estúpido, un ratón que había olvidado que las mujeres
huyen horrorizadas al verlos, y que se les eriza hasta el nombre con
solo recordarlos.
“Tuto” llegó fresco, nítido, su cola nerviosa saludando
agitadamente en el aire de sus nostalgias. En cierta forma era el
responsable del jaleo: siempre insistía en meterse por el desagüe
José Luis Hereyra
21
antiguo que va del corredor encementado al patio de las ores,
aunque su crecimiento disminuía cada vez más el estrecho ambiente,
recordando cada vez al camello trabado en el ojo de la aguja,
destrozándose ciegamente en su juego diabólico. Por esto, él había
escrito el cuento.
Lo había mostrado a su hermano Gustavo; a Willy, amigo de
la infancia; a Ebra, profesor de su antiguo colegio; y a la chica del
lado, stop. Entonces, el cuento había tomado el camino, pero llevado
de una mano diferente; irguiéndose, primero, de preseleccionado y
luego como ganador de una de las doce casillas. Él había reclamado,
pero la labor conmovedora de una mujer temerosa del ridículo, de los
recuentos y las súplicas, de las escenas patéticas, había tallado su ira
hasta darle forma de caballerosidad.
Un cuento no es nada José Luis; tú puedes hacer muchos más.
Además, a ti la fama no te interesa. ¡Ay, José Luis...! Tú no puedes
decir nada, José Luis. Imagínate cómo quedaría yo; no me puedes
hacer eso. Tú eres un caballero, y, además, tú surges de todos modos,
porque tienes madera para escritor. Y si tu madrina sabe algo, arma
la grande. Créeme que estoy arrepentidísima de haber mandado ese
cuento. Tremendo lío el que se va a formar. No, no, no…
Así, prerió callar. En el magazín dominical de quince días
antes, reconoció las cartas de la señora Francia de Henríquez y de su
madrina Olga García. Él no había querido esto, pero la verdad salía
por boca de otros que ahora lo tildaban de pendejo, de majadero...
¡Mijo, no seas majadero! En esta época nadie hace eso. ¡Cómo es
que te vas a quedar callado como si nada! ¿Es que no te duele ver que
otro se lleva las palmas por tu triunfo? Esas cosas te pasan por pendejo.
De seguro que no quieres abrir la boca porque te engatusaron con el
cuentecito de la tal caballerosidad, y tú, como tienes la cabeza en las
nubes, ni bola le paras a nada. ¡Es el colmo tanta pendejada!
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Cuentos, reportajes y artículos
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…y de marica…
¡Hombre, no seas marica! Tu madrina debe estar emputada porque
no te quieres reventar. Tienes que declarar que tú eres el verdadero autor
del cuento. Ni que te hubieran dado millones… Ya fui donde Sanín, el
corresponsal de El Espectador, y le dije que ibas mañana a su ocina;
cuidado me haces quedar mal, ve que cuando yo meto mi nombre de
por medio la cosa va en serio y siempre he ganado todos los pleitos.
Cuidado no vas, o vas a salir con pasteles de masa… ¡Ve que en la
Renta todo el mundo sabe que Francia se metió en el brete y que el
rollo del cuento tiene que soltarse!
...por no haber vomitado desde el principio una verdad que
había sido aplastada por un nombre usurpador. Y luego las entrevistas
con el corresponsal de El Espectador en su ciudad, las preguntas y el
bullicio y el escándalo. Y, ahora, en este magazín se leía un llamado
en busca de la verdad esquiva. Releyó su armación de Sí, ese cuento
es mío, viendo algo que creyó nunca llegaría a ver escrito. Pensó que
no sabía por dónde empezar a escribir el cuento del cuento, que el
magazín requería para reconstruir la certeza que él sabía suya.
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El nadador
A Ricardo Umaña Guzmán —inolvidable compañero del Colegio
Americano e inmenso amigo de inacabable generosidad y humor
chispeante—, este cuento escrito y festejado en su casa de Bogotá
Magazín Dominical de El Espectador,
domingo, 30 de abril de 1972
Hoy es sábado. Todos corren a quitarse de la espalda la angustia
acumulada en la semana, el cansancio que quiere ahogarse en el
escape cticio que después crecerá y será cansancio envejecido.
Hoy es sábado, pero para ti es cualquier día: tú caminas
lentamente (manos en los bolsillos, mirada perdida, aliento olvidado);
como si fueses caminando con la venda en los ojos y a tu espalda la
espada ansiosa; como si fueses el último de los tristes, heredero de
toda esa montaña de infelicidad. Las luces te rodean, pero tú estás
oscuro: los ruidos te golpean, a ti, ajeno en un mundo de sonidos
especiales, donde solo eres tú y tu lánguido camino. Los olores y las
risas y la música te asxian, a ti que no sientes, a ti que estás perdido,
ido en la maraña densa de tus sueños destrozados.
Caminó por el camino que ataba el bullicio nocturno del pueblo
a la apagada soledad de la casa en ruinas, donde el abuelo vio morir
sus ilusiones marineras. Se sintió aliviado: los pies dentro del agua
oscura, los glúteos sobre el muellecito de madera que su abuelo
construyera para amarrar, alguna vez, su ejército de lanchas.
Chapoteó con los pies, otra vez más, como siempre desde niño.
Los mismos pies que patearon eramente en crawl, como rana, en
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Cuentos, reportajes y artículos
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mariposa, el líquido donde sus ilusiones infantiles vieron llegar la
alegría salvaje de su adolescencia, y la resignación sosegada de una
plenitud derramada así, de pronto.
El agua había sido su elemento: así lo atestiguaban los trofeos,
los diplomas, los diarios y sus noticias, dando cuenta de sus triunfos.
¡Splaaashh! El cuerpo desnudo cayó limpiamente al agua
sombría, se arqueó instintivamente y avanzó hacia el aire, arriba. La
técnica dejó entrever su superioridad: sus manos se hundían y salían
rítmicamente (remos musculados), y sus pies (los amigos les decían
“los fuera de borda”) pateaban con los mismos movimientos de un
tiburón en pleno frenesí. El agua recorría su piel, sin sentirla, y sus
ojos permanecían cerrados. Recordó sus últimas palabras: “Te juro
que yo te quiero solo a ti. No me dejes por favor, no me dejes...”,
seguidas de la humedad salada de sus lágrimas. Nunca pensó que un
matrimonio como el de ellos acabaría como el de tantos otros.
Las olas se hundían más en su propio seno y, de pronto, el viento
les borraba la espuma, estrellándola en la cara del nadador nocturno.
El ritmo continuaba invariable: el codo en noventa grados, la patada
exacta en el momento exacto, la mano en el agua ya, el otro codo
arriba, el salto, y la boca ansiosa y el pulmón hambriento de oxígeno.
Debo llevar ya dos horas nadando, pensó. ¿Hasta cuándo? Su
desfallecimiento progresivo reclamó descanso. Su entrenador inundó
sus recuerdos de niño: Húndete y bota el aire por la boca y la nariz,
sal, coge la bocanada grande de aire, húndete, bota el aire por la boca
y la nariz, sal, coge... Siguió.
La separación hubiese sido lo correcto, pero la noticia del
periódico era demasiado. ¿Para qué seguir? Tenía que seguir: al menos
el nal empezaba a mostrar su boca amenazante. Volvió la vista hacia
donde creyó estaba la playa: nada, solo agua oscura, salada, rugiente.
Arriba, las nubes se negaban a dar paso a una luna desfalleciente... Y
José Luis Hereyra
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la brazada implacable pero un tanto adormecida, y la respiración más
agitada, y el músculo invadido por las toxinas del cansancio…
Surgió el camión, la mujer se lanzó a unas llantas inmensas,
aumentadas en peso por el algodón cargado (tan suave y tan liviano
como todos lo recuerdan), el grito de las gentes y la rueda homicida
en la garganta delicada, sobre la cabellera suave.
El sol ascendió. El agua respondió a la luz y se aclaró, iluminando
una brazada cada vez más débil, una boca triste, los pies sin ritmo. El
último no-me-dejes era una baba pegajosa en su aturdida memoria.
Trató de coger el aire que se negaba, el dolor en los hombros
cada vez más exacto; la risa de su mente embrutecida, el eco de mil
voces inidenticables ya, el aire, el aire. Ya no el brazo en alto, sino
sobre la supercie; ya no cortando limpiamente, sino forcejeando con
el agua; ya no el aire, sino la angustia salada en los pulmones; ya no
la mujer bajo la acción demoledora de la rueda, sino la música del
desvanecimiento.
Y allá arriba, el mundo, el aire.
El mar siguió con su entraña inalterable, sintiendo solamente
la ondulación suave de un cuerpo en descenso, y un ritmo negro de
cabellos bajo el halo verde de los rayos refractados.
27
El farmaceuta
A mi compadre Lácides Vargas,
con quien escribimos este relato a cuatro manos.
Pueden empezar a contar la historia por la llaga de la madre de
la que sería hasta su muerte su mujer. Pero su mente no sería justo
equipararla a anaqueles. A colores, tamaños, logotipos. De Francia,
Alemania, Norteamérica. Lucho solo recibió la carne de caballo
venida en los buques, en Puerto Colombia. Y se interesó en la carne
insólita con respecto al digerir e impresionar la mesa de la terrible
familia.
Lucho, quien alaba las cuchillas para perpetuar día a día las
afeitadas, antes de las pirámides.
Una vena azul humana, en pleno ejercicio del temblar, constituía
los básicos milagros de Lucho. Dada la tierna ciencia de la época, nadie
pudo registrar cuánto gastaba Lucho de su corazón en mantener la
aguja sin herir.
Vestía de saco gris, normalmente. El desangre diario de sus
farmacias, en curar o en intentar curar, no eran, exactamente, la
razón de un Lucho raído. Dado el hecho de que Lucho nunca quiso
divulgarlo, sentimos que no debemos ahondar en el misterio de sus
farmacias cuatro a su muerte, y el mecedor que sostuvo su dolor y su
quejido en la casa de su esposa y de sus hijos y de sus dos muchachas
de servir.
Consta que Lucho cayo junto a la estufa Perfection, que la seño
Tere, su esposa, profesora dignísima, había comprado. Ese sonido
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
28
de hundimiento mató a Tere. Fueron un año y veintidós días de
luto negro, desde donde tuvo que hablar bajo los mangos, entre los
móviles vidrios de luz del sol de casi diez, frente a las muchachas
que alaban los gruesos granos de arena con su peso, sin oír, y no
sabiendo que esa mujer de negro se aproximaba a la ausencia.
Gustavo como que intuía la tristeza. Tere fue, después de Lucho,
ese solo diciembre. Yo fui con ella a los últimos juguetes. Gustavo
fue capaz de ajedrez; también sus dados lubricaron la vuelta al ludo,
como si no supiera. Tudy, sin más nunca techo de amor, tuvo, con sus
cinco años, que empezar a ser mujer.
Hablamos de dos muertes porque no podemos hablar de una
sola. En nuestro torpe y aprendiz corazón de poteras arrancadas del
jardín; de un molino, del molino de la carne de la mano de una tía,
mal podrían preguntarnos de la lógica de nada, menos del querer,
aún menos del olvido.
Mi hermana no quiere olvidar y el desierto de adentro quiere
ser su piel. Yo ruego que todo ser tenga esperanza. Pero veo y siento,
frente al paso de los días, que lo que llamamos en nosotros muerte
coincide con nuestro desprecio por los despreciados.
Fue la tierra y fue la colina. Fue el muelle, ya solo, con solo la
lengua del agua, desgastándolo. En la hamaca, el hombre con manos
de timol trataba de tapar en sí el resquicio del cielo y el mar escribiendo
poemas con tinta verde. Pasaban otra vez las tres, las cuatro. Faltaba
la casa.
Lucho sintió el buque en su corazón: jamás pensó que sonaría
en su corazón en ciertos años.
Atajamos en este instante los recuerdos para no tanto repetir
palabras que pudiésemos decir en una sola. No es cierto que somos
capaces, tampoco, de darle a nuestro padre el rostro del que fue
pesado, triste, noble y mediano. Nos basta que nos quede la mano que
José Luis Hereyra
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se anticipó a Fromm, cuando a los seis años quería besar a Bárbara.
Yo, por supuesto. Sentimos la voz que dijo que la muñeca de Tudy se
llamaba Ana María. Nos hace falta su profundo no negarle a nadie.
Sus orejas mayores en el sonido del mar. Sus dientes pequeñitos.
Su pecho ancho. Y su olor que empezamos a extrañar ese quince de
agosto de mil novecientos sesenta y dos.
31
El peso de ser hombre
Finalista en el Concurso Nacional de Cuento
Vanguardia Liberal y Revista Jorge Zalamea,
el Gran Burundú Burundá, Bucaramanga, 1980
Todos los hombres seguimos
un camino interior y un camino común a todos.
El Hombre, a través del tiempo,
ha seguido un camino tortuoso, difícil y errado.
Tal vez por lo fácil de recorrerlo.
Se gasta la vida a cada momento y,
sin embargo, no nos damos ni cuenta.
A veces tiramos pedazos de vida y,
entonces, vemos, o algún día, más tarde, llegamos a entender.
Seguimos en el camino de la eternidad y de nuestra propia nitud.
El hombre puso los pies sobre la tierra y se sintió extrañado. La
presión sobre el hombro le hizo reparar en la correa y, siguiéndola
con la vista, llegó hasta la talega oscura, pesada, repleta, tan repleta
que al meter la mano le produjo la sensación de un mar que estaba
todo lleno de peces, apretados los unos contra los otros, sin poder
moverse, pero listos a hacerlo a la menor presencia de espacio. Metió
los dos dedos pulgares bajo la correa, inclinó un poco los hombros, y
estuvo más cómodo con el desplazamiento del peso hacia su carne no
maltratada todavía.
La talega era gruesa, honda, muy profunda. Adentro todo bullía
sin movimiento. Se sentía el temblor del caballo que agita solo la piel,
pero está por desbocarse. Anduvo un trecho y como el peso era tan
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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desconocido —y por lo tanto grande—, metió la mano y arrojó algo
de lo que llevaba adentro.
El niño corrió detrás de la mariposa que se fue, y se encontró,
de pronto, entre su afán de destrucción y las ores de los lados del
arroyo. Cuando se abalanzó a arrancarlas sintió que, entre su vida y
las ores, el barro se burlaba de sus tiernos zapatos, de sus mediecitas
blancas que se fueron absorbidas por el fango. Sus ojos se quedaron
muy abiertos.
El hombre sabría, después que los ojos muy abiertos o son
miedo o son sorpresa.
Respirando se oyó un sonido nísimo. Después de respirar
miles de veces aprendió los trucos de tragar el aire y sacarlo por
la boca compitiendo con los pájaros. Esto le alegró, pues se sintió
acompañado en el silencio que era el mueve que mueve de su cabeza
con miles de cosas exactas, nada más. Sin darse cuenta su mano rozó
la pesada alforja, entera todavía. El puente (ya iba por un puente) era
largo y con baranditas a los lados como para hacer más provocativa la
competencia con las aves. El hombre siempre ha sentido atracción por
el espacio, y esto lo demuestran claramente la antigua astronomía y
las hamacas. Así es que el hombre hirió el aire y el proyectil se detuvo
en el manto de arena.
Una madre pálida quedó de un lado del puente y vio cómo
un niño, deshecha su desnutrición por las explosiones, se iba lento
como un humo. El hombre vio unos pechos secos, unos ojos llenos
de lágrimas, los cabellos deshechos y los pies cortados. Hasta que el
viento secó las lágrimas. Y la mujer, después de varias lluvias, fue
confundida con la arena. Y olvidada.
El hombre llegaría a entender, algún día, que el dolor es soledad.
Los ríos se llenan de palabras por las noches pues hasta la luna,
como mujer, viene a visitarlos. El hombre extrañado veía cómo los
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pies tropezaban más con las piedras, con los moños de hierba, con
las raíces vagabundas, y, pensando que era el saco lo que le quemaba
tanto el hombro, ayudó al hombro y asustó al río con el objeto que
chapoteó un instante y después se hundió lentamente.
El bastón estaba dormido en la hierba y un poco más allá había
un hombre viejo, sentado en un banco. Las manos temblorosas,
arrugadas e inseguras. Los ojos desgastados de haber visto tanto. El
viejo se sintió, al levantar la cabeza, más cerca de las nubes que del
bastón mismo. Y se quedó mirando a las estrellas.
El hombre sabría después el parentesco de las nubes con los
sueños y la relación de los luceros con la inquietud ante la vida.
Se cambió la alforja al otro lado y observó que casi no pesaba.
Pero, ya con cierta malicia aprendida, sospechó aquello de que las
cosas son más gratas al principio, cuando hay misterio y esperanzas.
Ya era de mañana y las hojas se despertaban frescas, húmedas
del amor nocturno del rocío. El hombre quiso silbar cuando oyó a
los pájaros llenar la ternura del aire, pero gustaría más del silencio
después de querer imitar todos los sonidos sin poder lograrlo. Un
pensamiento fugaz pasó por su mente como un ejército de ratas
hambrientas. Quiso hacer articios con el sonido que ya dominaba
mejor, hasta que la lengua se le empelotó como un trapo mojado
y la garganta le dolió con el esfuerzo. Su mano obedeció a la idea
de destrozar a esos animalitos voladores que se burlaban de sus
capacidades, con tanto que llevaba metido en el saco, con tanto, y
lanzó otra de las cosas que llevaba.
Pero el mochuelo que adornaba el trupillo voló pensando
qué pasaba, y el que cantaba poemas a la aridez y soledad de los
guamachos tuvo que volar más lejos rodando su canción. Y así
el hombre emprendió un feroz ataque contra todo lo que cantaba,
echando mano del saco una y otra vez. Desfallecido, se detuvo. No
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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pudo acabar con los pájaros ni con la música. Se fue a tierra, pues el
saco pesaba más y más. Atónito, miró hacia adentro y no vio nada.
Con el correr del tiempo, el hombre sabría que la envidia es una
hierba que cuando crece mucha forma el bosque del odio, y que los
bosques apretados ahogan la luz.
Los días se van en las noches lo mismo que los hombres se van en
las mujeres. El hombre vio muchos días arrastrados hacia las noches,
pero hasta en las noches sentía el peso sobre el hombro, el dolor hondo
enroscado como culebra y la libertad en los ojos alimentando luces.
Y la culebra mordió otra vez, dirigiéndole la mano que buscó entre
el millar de peces oscuros y apretados dentro de la bolsa. Rompió el
aire, el objeto cayó rebotando como entre piedras, con un sonido de
cascos de caballo circo.
El tumulto de voces era tan fuerte que las bocas se veían moverse,
pero nada se entendía. La carne del hombre que cantaba versos sobre
un mundo nuevo, con hombres que ofrecían ores a sus hembras,
y que hicieron de la tierra un lugar de ríos y de valles perfumados,
fue pasto de la ira que se vistió de multitud para poder callarlo. La
arena revivió con su sangre. Y, cerca de allí, nació un mancatigre que
proclamo su humildad con orecitas y su grito de guerra con semillas
vestidas de espinas.
El hombre sabría algún día que la fe es vida.
Tanto andar produce miedo a veces. Si el camino se va lejos ya
no se ve más allá de la vista porque los ojos se caen de distancia y
en la sombre viven los leopardos. El hombre se sentó a pensar en
el regreso. Caminó en sentido contrario, pero la Tierra seguía con
él, de modo que echaba atrás con el mismo aire y con la riqueza (o
la tortura, pensó) de los recuerdos. No pudo ya volverse. Quiso,
entonces, arrancarse la bolsa, pero el dolor fue mayor porque a fuerza
José Luis Hereyra
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de presencia ya era suya y quien se despoja de una parte sufre. Tiró,
con movimiento frustrado, otro de los objetos.
Entonces, soñó. Se le fue la vida como un gas, sintió libertad,
fue pájaro borracho de luz, se quedó inmóvil y eterno y se leyó para
siempre como pedazo de aire.
El hombre entendió, por n, que el sueño es libertad.
Se le subió el telón de niebla, descubrió muchos hombres
cargados como él antes del sueño y vio un valle a sus pies donde
las hormigas devoraban la Tierra para edicar palacios subterráneos,
terráneos y supraterráneos. La luna presenciaría el hundimiento de
tantos palacios y de las incontables hormigas, iguales desde lejos,
pero acostumbradas a cargar colores sobre su vida como uniformes:
las amarillas amontonadas y nerviosamente agudas; las negras,
fuertes y curiosamente sometidas, tal vez por andar dobladas sobre
la hondura de su tristeza; las blancas, llevándose más montañas,
como locas, hacia el fondo de la tierra devorada. El viento ya no
encontró montañas un día y jugó con tantas nubes que se vino el agua
ahogando a las hormigas, disolviendo la sal de los palacios y dejando
viva la cicatriz del silencio.
El hombre se sintió solo y se sintió hormiga, porque el sueño se
le pasó, dejándole viva la indigestión de la tierra devorada.
Fue entonces cuando reparó en la bolsa más grande, más pesada,
áspera como la de los soldados. Pero al soldado no le gusta la guerra.
ni a nadie que sea de verdad soldado puede atraerle la muerte. Y la
muerte es cuando todo se olvida o cuando se comprende todo.
El peso fue tan grande que, con un pequeño esfuerzo, casi
sin darse cuenta, volcó todo lo que llevaba encima. Se quedó en
tinieblas. Hacía tanto frío que la luz se escurrió como un lagarto.
De pronto un rayo partió el silencio. La materia hizo el amor con
el fuego revolcándose, revolviéndose mutuamente, restregándose
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hondamente en la búsqueda de un orgasmo prolongado y salvaje.
Poco después, el juego de serpientes fue desgajándose en lenta
ternura.
Fue el principio. El mar quedó limpio y el cielo claro, lleno del
sol soñoliento todavía.
Los dos pedacitos de madera otaron ondulantes, plácidos,
perdidos en la calma. Pero el mar se movió, pues su placidez es solo
de momentos, y al moverse revolvió sus rutas. Torpemente unidos
por ser pedacitos y por ser madera, ya no pudieron verse más aun
estando juntos, pues uno habitó en la sombra del agua y el otro en la
claridad del aire, turnándose, perdiéndose...
El hombre conoció el amor. Y allí descifró mil misterios y dejó el
resto para después del paseo. Sintió por n el dolor del mundo y vio
cómo los sultanes de nalgas redondas vomitaban de tanto alimento
que otros en manada rogaban al dios del cielo. Quemó los libros de
su vida, se bañó desnudo, comió hierba, de la antigua que se oculta
en los senderos, hasta que dejó —en el despojo de sus fantasmas—
la constancia de la verdadera vida, que es el sentimiento del amor
como fuerza del hombre. Tanto quiso que se olvidó de sí mismo y
de su hombro cargado con el peso de ser hombre. La tierra en los
dientes revuelta con piedrecitas le saltó la sangre, lo mismo que el
recuerdo de su n futuro. La talega pesada ni siquiera lo asustó. Se
enderezó, tambaleándose, como el gran animal caído. Se empujó la
bolsa en el hombro, el pelo despeinado y los ojos perdidos, y buscó
con la mano la multitud de peces apretados, pero no encontró nada.
Desesperado revolvió el vacío, pero encontró solamente un objeto
frío, duro y puntiagudo. Lo apretó y sintió un solo destello, rápido
como un látigo. Miró al cielo por donde las nubes blancas se iban, y
lo tiró como quien suelta una sonrisa amarga. Abandonó sin mirar la
talega y se llevó sus pasos hacia la niebla lejana.
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La cueva de cielo y
estrellas de Orianita
Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas
todas aquellas cosas que fueron luego formadas.
Salmo 139:16
Orianita estaba desde siempre en la cueva de cielo y estrellas. Y
esa cueva vive arriba de los días.
Los días viven abajo y pasan como las hojas de un libro.
Y se pueden contar como piedrecitas de colores que se van
oscureciendo; como brasitas encendidas que iluminan un momento
y se van apagando, como pétalos de ceniza, unos sobre otros.
Pero Orianita estaba en la cueva de cielo y estrellas como en un
sueño.
Ella estaba con su cabello rubio y su voz tierna. Y sus taloncitos
nos y rosaditos. Y sus ojos suaves que, cuando se entrecierran,
sonríen como si fueran susurros.
Pero la cueva de cielo y estrellas también era la cueva por donde
uyen subterráneos los días.
Y los días son el suelo de la cueva de cielo y estrellas.
Y los días no son sueños, sino los barquitos que navegan el mar
sin orillas y sin olas de la cueva de cielo y estrellas.
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Pero van soñando puertos. Con sus muelles que son las
escalinatas de agua, que se van convirtiendo en suelo y tierra. Y,
luego, en ventanas y lechos y jardines, dentro de la cueva de cielo y
estrellas donde estaba, desde siempre, Orianita, como en un sueño.
Y en el sueño, los suaves ojos de Orianita sonreían como en un
susurro que aromaba toda la cueva de cielo y estrellas.
La cueva de cielo y estrellas tiene ojos, que son todas las estrellas,
que están todas en la cueva de cielo y estrellas.
Y como tiene ojos, que son sus estrellas, que tiemblan en la
tibieza de su piel de oscuridad clara, la cueva de cielo y estrellas vio
los ojos entrecerrados de Orianita.
Y se estremeció y amó a esa dulce niña de labios rojos, más nos
que el rojo de los rubíes.
Y la besó detrás de sus pestañas de gacela, detrás de sus ojos
sonrientes, todavía dormidos en la tibieza que hay en la cueva de
cielo y estrellas.
Y como tiene corazón, un corazón que tiembla por todas sus
estrellas, un corazón que tiembla cada vez que titila la frágil luz de
cada una de sus frágiles estrellas, la cueva de cielo y estrellas quiso
ver a Orianita dibujando sus estrellas y su cielo.
Quiso ver a Orianita dibujando sus árboles y su hierba.
Quiso ver a Orianita dibujando a su papá y a su mamá, que
en los dibujos de Orianita siempre estaban juntos en el retrato de la
cueva de cielo y estrellas de Orianita, pero no se sabía si ellos —el
papá y la mamá de Orianita— en el dibujo estaban juntos.
Porque una vez era el papá de Orianita el que tenía unos ojos
de círculos negros vacíos, que no miraban hacia ninguna parte o no
veían nada. Ni siquiera a la mamá de Orianita, que tenía una trenza
José Luis Hereyra
39
negra y una trenza rubia como si fuera dos mujeres en una, o estaba
furiosa y a su lado Orianita se había dibujado a sí misma asustada.
Y en todos los dibujos de Orianita estaba dibujada una casa con
puertas grandes, como templo.
Y esa casa tenía puertas grandes de templo, para que entraran y
salieran Orianita con su papá y su mamá.
Pero esa casa, que la cueva de cielo y estrellas le había mostrado
a Orianita cuando todavía estaba dormida y que la cueva de cielo
y estrellas conocía por primera vez, ahora, al ver los dibujos que
Orianita había hecho estando todavía dormida en su cueva de cielo y
de estrellas, esa casa parecía otar en el aire.
Esa casa de Orianita con su mamá y su papá parecía estar entre
las ores y el cielo y las estrellas y las verdes colinas y más allá del
mar, pero no se sabía si tocaba el suelo.
La cueva de cielo y estrellas había escogido alegrar su corazón
con la sonrisa suave de los ojos de Orianita.
Y, entonces, despertó a los padres de Orianita, a cada uno
despertó.
Y les susurró la vida de Orianita, como árboles que sienten el
agua que es su vida, pero que no pueden ver.
Y los puso en mitad de la luz de la tarde, a ellos, los padres de
Orianita.
Y esa tarde en que el padre y la madre de Orianita se creyeron
ver por vez primera, la cueva de cielo y estrellas bordaba y curvaba
los ojos de ellos con la sonrisa de los ojos de Orianita, que ya estaba
allí en los ojos de ellos, que se volvieron una sola luz.
Una luz que iluminó la cueva de cielo y de estrellas, desde antes
del ayer hasta después de su cielo y sus estrellas.
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Cuentos, reportajes y artículos
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Pero, para que Orianita ya no fuera un sueño, la cueva de cielo
y de estrellas le dio su suelo que es de días. Y le dio su techo, que
siempre está cerca, como la respiración y el abrazo. Y tan lejos, que
bajo su sombra y su nave caben todos los cielos que son posibles hasta
ahora.
Como ya había unido al padre y a la madre de Orianita en un
atardecer de luz, la cueva de cielo y estrellas los miró a ambos: al
padre y a la madre de Orianita los miró.
Él parecía hecho de jirones de fuego, de vigas carcomidas, de
quebrazones y gemidos, de naufragios que nadie había escuchado,
de troncos rugosos e indomables, de tormentas que en vez de hacer
nacer arrancan las plantitas germinadas.
Ella, en cambio, poseía el mirar de eterno desierto y arena de
la esnge. Pero sus ojos eran brillo de risa y manantial de lágrimas.
Era una paloma herida, con fuerza y ereza de leona. Era un grito
sangrante que iba desde el cielo hasta el abismo de la cueva de cielo
y estrellas, donde ella era el velo sagrado desgarrado enfrentado a las
estrellas.
Y, entonces, la cueva de cielo y estrellas tomó del padre de
Orianita un instante de su luz; la luz que tendrán siempre los seres a
pesar de sus recurrentes oscuridades. Le sacó de sus tormentos una
espiga de luz, una semillita alada de luz le sacó de su sangre y de
sus sueños y de sus entrañas al padre de Orianita.
Y la cueva de cielo y de estrellas de Orianita vistió de anhelo a
la madre de Orianita. E inamó sus carnes rosadas hasta un estallido
de fuego que se convirtió en sangre llamante, que se propagaba en la
asustada, pero sabia quietud de la cueva de cielo y de estrellas.
Y la espiguita de luz que era el padre de Orianita llegó a su
orilla eterna para comenzar la cuenta de los días con los que cuentan
nuestra vida humana. Esa espina de vida sola e incompleta llegó
José Luis Hereyra
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hasta su rosa, hasta su paraíso desde siempre perdido, pero ahora
encontrado, y se quedó en su pétalo suave y blando como sabiendo
que era su destino. Esa nave, minúscula en el mar del tiempo y el
abismo, ablandó y fundió la blanda y cálida arena temblante de la
madre de Orianita, encallando en su eternidad.
Y no se sabía si era luz o noche.
Se oía un barco lejano y chillidos de gaviotas despedazando el
frío y la bruma. Y se oía un nuevo sonido, casi un ruido. Eran las
manos humanas que izaban las velas y cobraban las redes llenas de
peces brillantes y temblantes. Y olía a caldo, a or, a hogar...
Y la cueva de cielo y de estrellas de Orianita sintió miedo.
Miedo de que, ahora, que las agonías y los tormentos se habían
vuelto silencio de esperanza, un viento acaso amenazara con derribar
los edicios de los cuerpos y con ellos destruyera a esa carne rosada,
sosegada, redondeada. Y con ella fueran a despertarse, antes de su
tiempo, los ojos de Orianita que son una sonrisa dormida. O que los
ojos de Orianita no se despertaran nunca, y siguieran navegando en
los fríos y oscuros abismos de la nada.
Y la cueva de cielo y de estrellas de Orianita sufrió la angustia de
sentir la amenaza sobre la hija de nuestra sangre y nuestras entrañas.
Y su dolor —solo y eterno— le mereció cumplir su amor, elevar
esa vida naciente como se ofrenda un ramillete de tiernas ores, como
se eleva una oración, como se entrega una canción.
Y se atrevió, entonces. Y no sintió miedo de someterse a la tortura
de soñar perderla, de arriesgarla frente a los números de abismo de
los dados de la muerte.
Y la cueva de cielo y estrellas, hogar y habitante por llegar, se
hizo cueva en el exacto lugar donde estaba la cueva materna de la
madre de Orianita.
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Y fueron el vientre de la mujer y el vientre eterno un solo vientre
sagrado.
Y su puerta, su escotilla, esperaba un lenguaje que nombrara la
orden de abrirse al aire, al agua, a la tierra y a las ores.
Y Orianita descendió en el aire de la cueva de cielo y estrellas.
No obstante, lloró por la tibieza y la ensoñación perdidas del vientre
de su madre, a donde más nunca volvería.
Y la cueva de cielo y estrellas de Orianita se sintió eterna en los
nitos días de la cueva de la madre humana, de la madre de Orianita.
Y en los sonrientes días de los ojos de Orianita.
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Bosquejo inicial para una
nueva arca nal
Proveer a la imaginación de un lugar de la imaginación nacido
de la convergencia esencial de todo lo existido —así sea una vez—, o
de lo que habría de existir —dicho esto para la necesidad de los apenas
navegantes del tiempo—, es una tarea que necesitaba el enclavar
algunas conciencias —interpolarlas, hacer sus necesarios injertos de
espigas o retoños en otras aguas de sensaciones—, dimensiones, luces
curvas siempre incesantes, regiones donde las palabras nos someten
a apremio y nos demuestran lo no por creídas sean tan abundantes.
En algún lugar de la humedad de miel del dátil, que no solo
captura la lengua del insecto sediento y moribundo, aún más cautivo
en ella en la ciega llamada para traspasar el umbral de lo que llaman
—no sé si perciben su sutil uir— umbral del vida y la muerte, en la
cópula o eyaculación salvadora, está también la nísima, tanto como
igual de poderosa, gota del rocío del desierto, o el ritual de cirio perdido
en una de las catedrales armonizadas según el ver euclidiano, desde
donde Fulcanelli quizá ambicionó descansar o hacer descansar a la
especie en un ritual de mutación alquímica espacial, legando la idea —
quizá solo eso— de un arca sagrada que copulase intermitentemente,
desde su iniciación de piedras totémicocélticas hasta sus cubiertas de
vitrales y cruces, con secretos y exactos lugares de oricios, donde
recibir hasta su profundo, y entonces vivo corazón, ciertos rayos de
equinoccio o solsticio.
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Esas son las arcas que esencialmente conozco. Pero en mi corazón
de barro y agua primigenios, de fuego abrasante o frío innito, ha
resultado extraño el buscar forma de barca a lo que esencialmente
navega en todo y uye desde siempre buscando alimentarse de lo
que esos timoneles suyos, que de algún modo terminaremos siendo
fantasmas por encima de las más elevadas magnitudes, o en el centro
enceguecedor de las más vertiginosas revelaciones, o en el ojo de las
vorágines más inasibles o irrepresentables o inimaginables, podemos
lograr dejarlas como prehistorias oníricas frente a un nuevo orden
de sueños, a los cuales llamemos así solo por honrar el recuerdo, los
ancestros, a los que sí nunca podríamos dejar de amar los que no
hemos nacido para pretender nada, ni aun menos para falsamente
honrar nada.
Las mezquitas, los igloos, las pagodas, las cuevas penumbradas
de venados rupestres, los chinchorros, los refugios bosquimanos...
al igual que las torres gemelas del World Trade Center o la zafírica
estructura Pompidou o the Metropolitan House of the Opera en
Sidney ¿qué albergan en su fondo?
Creo que no solo al mismo hombre sometido a distintas
inclemencias que han madurado su piel en ocres o uvas o duraznos,
sino todo el anhelo aún no cumplido de hacer una sola arca elemental
con piel de tigre de Bengala, sudores de mustangs o bisontes
trepidando en las praderas bajo los ries de los bualo bills de turno,
con los ojos suaves de la gacela de Thompson o con el letárgico ondular
dual mamatorio de una sirénida mecida en un estuario tibio, mientras
sangra la llanura desgarrada de zarpas y hondos colmillos, bajo el
relato profundo de los tambores lamidos por los fuegos y baritan de
celo los paquidermos, desde el barro índico hasta Tanzania: todo lo
nombrable en lo vivo, pero sin nombrar nada.
Esa sería la piel bosquejada con la cual otaría ya por n un arca
nal, la cual, por supuesto, deberá incluir un gran archivo sensible de
José Luis Hereyra
45
todo lo que ha vivido, y un lugar especialmente sagrado para todos
los seres que hemos destruido.
Reportajes
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Reportaje a Freda Sargent
de Obregón
El Espectador, Bogotá, 20 de mayo de 1978
Cuando se escucha la voz de esta mujer por primera vez, se
tiene la impresión de que es la fragilidad hecha persona, algo así
como la Alicia de Lewis Carroll, mitad niña-inocencia mitad mujer-
conocimiento. Y es que, de hecho, hay circunstancias en la vida de
Freda que son como una larga amenaza de soledad, como si esos
bombardeos a la Londres donde ella nació, donde su imaginación
empezó a formarse, marcaran la vida de sucesivos estallidos interiores
y exteriores que —de una forma u otra— han determinado su vida,
ahondando su sensibilidad, haciéndola más vulnerable a un mundo
terrible y multiforme.
Luego, cuando aparece, despierta la ternura que un ser necesitado
de cariño produce y un sentimiento de solidaridad humana aanza.
No parece real del todo, pero, mientras atiza la chimenea, entre sus
cuadros que expresan nostálgicos mensajes a través de ores y formas
que murmuran suaves colores, uno se pregunta el precio del amor y
del arte.
Nuestra conversación se va desenvolviendo lentamente, como
una barca cuando se empuja penosamente desde la playa, hasta que
empieza a bambolearse entre las olas, cada vez con mayor libertad.
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Su infancia, los horrores de la guerra
Mis padres, como todos los padres, no tenían una noción exacta
de lo que iba a ser mi futuro. En realidad, nadie lo sabe tan temprano.
Claro que en esa época ya me gustaba dibujar. Me crie en Kent. Era
una época difícil. Los bombardeos eran sucesivos y terribles. Yo
siempre tenía miedo; miedo de que fueran a morir mis seres queridos,
mi hermana gemela, yo misma… La guerra había hecho cerrar los
colegios, había dicultades en comer, en estudiar.
Se sirve el trago de ron con gaseosa y trata de encender un
cigarrillo de tabaco negro, haciéndome notar del daño que siente
por el hábito continuo. Yo le ofrezco rubios aduciendo que son más
suaves y que allá en la Costa no cuestan nada, que traje un cartón a los
amigos. Ya la chimenea ha cogido un ritmo alegre e imperceptible, y
las dos perrazas, enormes y cariñosas, seler irlandesas, rojizas como
un atardecer y como dos atardeceres caídas, duermen plácidamente.
La dicultad de las entrevistas
Freda me advierte que no acostumbra dar entrevistas. Me explica
que con facilidad se tergiversa o se añade, a veces tendenciosamente,
y me recalca que hay temas sobre los que no le gusta hablar, ya porque
no le parecen interesantes, ya porque puede ofender a alguien sin
querer. Yo intuyo —me parece natural— que teme hablar de Alejandro
Obregón. Y supongo que ha sido objeto en más de una oportunidad
de preguntas duras o denitivamente estúpidas o de mal gusto.
Sobre un plato de ores pequeñas reposan tres claveles blancos.
Ella los mira y me cuenta que estudio pintura en el Royal College of
Art, que como ya se habrá advertido es inglés y en Londres es. Lo
menciona no sin un fulgor de orgullo. Fue allí donde ganó la beca del
gobierno francés que la instalaría en un hermoso estudio de vidrio
que reejaba los iridiscentes diálogos del sol parisiense con la joven
José Luis Hereyra
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artista inglesa entre los gigantescos brazos de un árbol frutal. La tarde
es fría ahora en contraste con el día. Pero el frio que advierto en Freda
parece brotar de su interior. El frio de los recuerdos…
Paris, los sueños, Obregón…
Allí conocí a Alejandro. Allí lo conocí, en ese estudio con reejos
del sol. Vivíamos juntos, nos amábamos, cocinábamos juntos… Él era
un desconocido, no tenía nada…
Se detiene. En el fondo me siento casi un intruso. No me gusta
del todo que ella hable de algo que la afecta y que es como un fantasma
que la acosa. Por eso la hago retornar a su infancia, a precisar su más
fuerte recuerdo. Quizás es mejor el recuerdo del miedo de la muerte
que el recuerdo del amor perdido.
Las impresiones de la infancia, la Navidad
En la infancia… es difícil precisar. ¡Todo es tan intenso en la
infancia! Las impresiones son más puras, todo es más fuerte, hasta el
sabor de la comida, el miedo de la muerte, el amor… El mundo le va
grabando a uno las cosas en la conciencia con tanta fuerza que a veces
se confunden, sí, eso es, de tanto se confunden…
Recuerdo aquello de que el hombre al nacer es una “tabula rasa”
y que la experiencia va escribiendo en él el indescifrable lenguaje de
su destino.
A n de cuentas, el sicologista que lo dijo también es-era inglés,
sentenció.
Reímos. Ella continúa.
Recuerdo hasta el color de la primera bola de lana. Era verde.
De un verde bellísimo, ¡y todavía en mis cuadros estoy buscando ese
verde! Todo es más vívido en la infancia…
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El término (vivid) es el mismo en español. Ella trata de
pronunciarlo en ambas lenguas hasta que logra un lugar indenible
en el cual se puede llegar a sospechar que el pensamiento y las
sensaciones son el origen y nalidad última del lenguaje.
Recuerdo mucho cuando niña la Navidad, esa felicidad que
nos da un regalo, la comida, los días, las noches… Es difícil precisar,
¡tengo tantos recuerdos! Pero sí, lo que más recuerdo es el miedo de
la guerra.
Me pregunta si quiero té, y ante mi aceptación lo ordena a
Omaira, su compañía, y servicio, demostrando inconscientemente
que ni sus órdenes están exentas de delicadeza. El té, la hora inglesa,
la secreta permanencia de los hábitos ancestrales.
Inglaterra, origen de movimientos humanos
Mi familia es típica de Londres. Me encanta Londres, me gustan
mucho los ingleses. Dicen que somos los locos de Europa, pero pienso
que hay dos razas de locos en Europa: los rusos y los ingleses. Creo que
quien lo dijo fue Napoleón. Siempre han tenido ideas muy avanzadas,
pero mucha gente piensa que son solo los businessmen. Los hippies
provienen de Inglaterra, la música moderna, la revolución sexual,
todo… Hace tres años no vuelvo allí y estuve solo tres semanas… Los
hippies han sido benécos. Aunque no soy de los años sesenta, crecí
en el ambiente donde enseñan que una mujer es una persona, ¡una
persona!
La mujer enfrentada a la artista
Le pregunto sus experiencias al combinar la dura labor de
artista y la no menos dura de esposa y madre. Su hijo Mateo tiene
ahora dieciocho años y estudia en los Estados Unidos preparatorio
José Luis Hereyra
53
universitario, pero ¿y cuando era muy niño y requería muchos
cuidados?
Es verdad que una mujer tiene como nalidad casarse y tener
niños, añade.
Coneso que la respuesta me sorprende. En este instante
no sé si habla la artista que añora la sencilla condición de la mujer
que espera dócilmente a su marido entre el aroma de los alimentos
cocidos con amor, o si añora el matrimonio y el hijo como proyección
de su existencia hacia la sociedad, además de su trabajo artístico. Ella
continúa.
Es difícil hacer ambas cosas. Pintar es una forma de vida…
Cuando vine a este país fue como regresar cuatrocientos años. No
esperan que la mujer es una persona, sino una posesión del marido.
Yo pienso en Obregón. Algo de su vida y de sus actitudes tiene
que otar en las palabras de ella.
La pareja y la inuencia de los amigos
En Europa el hombre y la mujer son una pareja. Alejandro y yo
vivimos durante años como una pareja. Pero aquí es un problema
el machismo. Cuando el hombre se hace el macho es porque tiene
vergüenza y el miedo de lo que puedan comentar los amigos. Así es
en general.
A mi memoria viene el llamado ahora Grupo Barranquilla, a
quienes ella conoció muy directamente, ya que Alejandro era de los
más persistentes y asiduos miembros. Sé que a los sentimientos de
una inglesa (en general a los de una mujer) este tipo de asociaciones
no son muy agradables; allí se promueven las ausencias, cierto tipo de
aventuras, las a veces grotescas expresiones de nuestra extravagancia
tropical y hasta la violencia. Claro que en la memoria de la gente
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
54
persiste más un solo acto terrible de un hombre en un instante, que
todas las sublimidades con las cuales pueble al mundo por siempre.
Me quedo mirando uno de sus cuadros y le pregunto sobre su
concepción de la pintura, sobre su sentimiento hacia el arte.
Su concepción del arte
La pintura enseña; es porque trabajas con algo que no es real,
trabajas con abstracciones, con colores. Tiene que hacer una cosa real,
esto es una pintura que debe poseer una verdad emocional. Cuando
la ves te das cuenta que es verdad, sin referencias a otras cosas, y
la has hecho con cosas abstractas, con colores y formas. Pero la has
hecho con el corazón. Todo lo que uno hace con el corazón enseña.
Es la razón de pintar. No, no es la razón. ¡Uno tiene que ganarse la vida!
La pugna, the struggle for life, la eterna ambivalencia entra la
materia y el espíritu, la trabazón innita de los contrarios, los cangrejos
destrozándose en la playa, los faros que se buscan penosamente en la
noche para aumentar su luz…
El feminismo no es el odio a los hombres sino la búsqueda del
respeto a las mujeres. Lo mismo piensan que esta gente de Europa
no tiene sangre caliente. No es eso. Los hombres en Europa hacen el
amor igual. Y creo que esto de la sangre caliente es un mito, es una
excusa para barbarismos. El machismo es miedo al homosexualismo,
¿no?
Freud y los muchachos, el tótem y el tabú, la conquista del
fuego…
Claro que Alejandro ha sido muy importante en mi vida. Pero
hablar solo de esto es como chisme de vecinas. Él no era famoso cuando
lo conocí. Pasamos épocas muy duras… Pero pensar solo en el pasado
es dañino.
José Luis Hereyra
55
Yo pienso en el mito bíblico de la mujer de Lot, petricándose
de sal al insistir en mirar al pasado. Freda prosigue.
Su vida no es solo referencia
Si el único punto de referencia para mí como pintora y como
persona que vive en Colombia es haber pasado años de mi vida con
Alejandro, ¡me parece ‘jarto’! Recuerdo cuando vivíamos en el sur de
Francia, con diez grados bajo cero entre la nieve, y yo me levantaba a
las seis de la mañana a cortar leña, pues tenía que cuidar de mi niño.
He tenido que trabajar duro. Él ha pintado veinte años sin parar; yo he
tenido que parar para atender necesidades.
Se detiene. Ella no desea hablar del todo, pero lo hace. Quizá
descansa, especie de catarsis, exorciza sus recuerdos sobre el
crepuscular y frío fondo de su soledad.
57
Manolo Vellojín o las
soluciones precisas
El Espectador, Bogotá, 2 de junio de 1978
Es difícil, en primera instancia, hacer una relación entre la imagen
de este hombre y su obra. Manolo nos recibe en su apartamento
enfundado en su pelo largo, ensortijado, sus jeans, y un aire triste
de alegría sola. Es un típico barranquillero, y su estancia en Europa
no ha alterado su aspecto desordenado, despreocupado. Pero, por
el contrario, su obra se presenta como una de las más coherentes,
lúcidas y seguras en un país signado por la inautenticidad.
No sabes lo que signica trabajar en esto, José Luis. Llevo un año
entero trabajando. Todos son materiales nuevos. Antes era trabajar
con el pincel y la tijera…
Se reere a su última exposición, con fecha de inauguración 30
de mayo de 1978, en la Galería Garcés Velásquez. En esta exposición
Manolo Vellojín presenta variaciones sobre la religión, la muerte y la
solemnidad: 12 dolorosos, 4 sudarios, 6 esquelas y 2 estandartes.
Manolo me ofrece café y, mientras lo prepara, miro lo que me
rodea. Hay cuadros suyos y otros objetos. Me detengo en ese salvaje
cuadro de Goya donde los toros arremeten contra la multitud, en
una especie de embriaguez mortal, suerte de corraleja española.
Pero hay dos trazos enfrentados, como relámpagos blancos, que le
dan una visión nueva a la obra. Ya no es el mismo cuadro. Manolo
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
58
ha intervenido. Su preocupación ha dado una visión nueva a una
realidad interior.
Fue en La Perla. Abrí un closet y encontré esto. Julio Roca me
dijo que era un regalo que le habían hecho. Tranquilo —le contesté—,
yo te lo autentico. Y le autentiqué el cuadro. Es de él, lo tengo en
préstamo.
En la obra de Manolo encuentro un afán de unicación, quizás
expresa todo lo que son sus frustraciones y sus sueños… Una suerte
de síntesis que deja un aliento de cosa por continuar, un intento nito,
imperceptible de representación, casi secreta, casi inconsciente, de la
vida.
En el aire ota, profunda, la suite para chelo solo de Bach. Es
una música que siento relacionarse con la obra que tengo en frente:
dolorosos, sudarios, esquelas, estandartes…
Sé que esta obra ha nacido de una íntima preocupación, de una
deuda con fantasmas del pasado.
Estudié elementales con los jesuitas. Imagínate, lo más marcante
cuando uno está ‘pelao’. Ahora andan de capa caída.
En todo ser profundo el humor y la ironía son el vencimiento de
los temores y amarguras. Es lenguaje de vencedores.
En el fondo, sí es cierto, uno opera por cosas anteriores. Cuando
saque esta vaina de aquí será como sacar un catafalco. La depositaré
en la funeraria, digo, en la galería. ¡Yo no me meto más en este viaje!
Hablamos sobre sus hábitos de trabajo. Intuyo que, para él,
los días y las noches son accidentes de sus pensamientos, de sus
momentos, de sus decisiones.
Yo no tengo horas para trabajar. Trabajo como se puede. Yo
no creo mucho en la cosa de que el artista tenga que trabajar en
José Luis Hereyra
59
momentos determinados. Si se tienen cosas que decir saldrán en el
momento preciso.
Pienso en su obra. Es de una coherencia asombrosa.
Denitivamente, para Manolo su vida y su tiempo tienen una sola
proyección: su obra, son su obra. Su obra, bloque compacto alimentado
con su tiempo y con su sangre.
Al fondo, a mis espaldas, sobre una pared dos máscaras: la
del torito; la de la muerte. Entre ambas, una cruz tejida de palmas
un domingo de ramos, sobre una pared blanca entre helechos y
caracoles. Manolo habla, es una multitud de recuerdos. Pero se ve
que no les teme. Ama las mariposas, los caracoles, el escarabajo
egipcio de la buena suerte. Ama lo egipcio, sus tradiciones, la momia
de Tutankamón, que con sus 3.300 años desafía el tiempo y a la
ciencia moderna. Ama a Marcel Proust, envuelto vivo en el sudario
de su miedo. Proust y Tutankamón, Zurbarán y Miguel Ángel, son
los nombres de sus cuadros sudarios.
Yo comencé el primer sudario como sudario a secas.
Originalmente era un sudario, simplemente. Pero cuando terminé el
primero se me vino a la mente Zurbarán. Es extraño. Una relación
entre una obra y un artista tan realista.
Manolo es inquieto, vehemente.
Admiro más a Da Vinci que a Miguel Ángel. Pero yo no concibo
a Da Vinci envuelto en un sudario. Proust y su asma abierta tomando
cerveza helada del Ri, elegantísimo. Y a Tutankamón, ¡bueno!
Risas.
¡Yo le hice un sudario nuevo porque el otro estaba podrido!
Le pregunto, entonces, sobre la cruz. Creo advertir en su obra
una relación sutil con este símbolo de la vida, de la muerte, de la
esperanza.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
60
Yo le hice un homenaje en el Museo de Arte Moderno, con
una cruz doble, a una señora que fue como mi madre, a Mercedes
Vellojín. Ahora he enfrentado el tema. Siempre he coqueteado con
estos temas. Pero no me había descarado en esa forma. Yo creo mucho
en las soluciones. A mí me interesan las soluciones precisas.
Hablamos de Barranquilla, de sus recuerdos. De los cantos
árabes nocturnos de uno de los hombres más ricos que ha tenido la
ciudad en su historia. De cuando lloraba con la música de Chopin a
los quince o dieciséis años. Yo le recuerdo la vergüenza que le produce
a mucha gente llorar.
Lo terrible es cuando ya uno no tenga capacidad de llorar. A la
gente le da pena llorar. Son sentimentales vergonzantes. Me imagino
que en la intimidad llorarán lo indecible.
Creo que Manolo no desconoce el sufrimiento. Es un hombre,
un artista. Le hablo de Confucio. “Sé como el sándalo, que perfuma el
hacha que lo hiere”. Le fascina la frase. Realmente es algo bello.
Al fondo, en un rincón, una hermosa mecedora que parece
otar en el espacio, una palmera verde y un cuadro en tonos verdes y
dorados. Hace parte de su exposición anterior toda en verde.
Manolo, a veces, mira el vacío; como absorbido por una realidad
que solo él ve. Pienso en su soledad. Le pregunto sobre el amor.
Eso no te lo puedo confesar. Si yo te dijera lo que pienso del
amor no podrías decirlo, porque estarías tachado por el periódico.
El tampoco escogería una parte especial del cuerpo humano por
la misma razón anterior. Lo íntimo es para él vedado. Algo persiste
de un vago hálito religioso.
Manolo no se explica cómo una persona tan neurótica como
él pueda lograr una obra como esta. Se pregunta cómo alguien tan
brusco puede hacer un trabajo tan delicado, trabajo de monja, como
José Luis Hereyra
61
dice entre risas. Me dice que esta obra es muy frágil, que hay que
advertírselo al comprador. Le hablo del comercio del arte.
Hay que acabar con el concepto del comprador de arte que
piensa que el artista vive de la limosna que ellos le dan. Pagan setenta
mil dólares por un pantalón de Christian Dior y no quieren pagar por
el arte…
Miro sus esquelas. Se va advirtiendo en ellas una comunicación
que contempla la vida y la muerte, todas las manifestaciones
interrumpidas, aquellas truncas. ¿Qué se puede decir al innito
cuando el tiempo se nos extiende más allá de la mirada? Hay bases
que son como ríos oscuros y otras que son como el soporte del árbol
de la vida. ¿Hasta dónde se extiende el deseo de comunicarle algo a
alguien?
Manolo se queda allí, sentado, quizás viendo a una mujer
vestida de negro atravesando la increíble luminosidad del medio día,
entre el calor y el polvoriento suelo de la Costa Caribe colombiana.
63
Memoria no inicial de
Alberto Assa
Revista víacuarenta, Biblioteca Piloto del Caribe,
Nos. 22-23, 2016
No habrá desarrollo sin educación, ni progreso sin cultura.
Alberto Assa
Esa mañana de domingo de abril de 1971 era especial, porque el
cielo azul y el límpido sol que se metían a borbotones desde el patio
iban amortiguados, perezosamente, por un aroma extraordinario.
Cuando miré desde la hamaca hacia el patio, buscando la razón de
ese aroma —que parecía más el aroma de un reino de ensoñación
mágica— entendí, por n, la razón del encantamiento: el corpulento
árbol de mango, con su denso follaje verde oscuro, no era de cualquier
clase de mango, era mango de azúcar, y todo el suelo del patio
estaba totalmente tachonado con sus preciosos y delicados manjares,
amarillos y rosados, diminutos, redondos, delicados…
“El cachorro de raza ya perdida entre mil cruces”, un dulce
cachorro de gozque, blanco con manchas grises y amarillas, con
grandes y llorosos ojos tiernos, se bamboleaba tropezando entre los
mangos como un payaso en el circo, cayendo de lado o de nariz, hasta
cuando entró a la casa, cerca de mi hamaca.
Los alumnos habían bautizado al cachorro con el nombre de
“Tuto”, apócope de “Instituto”, y era considerado la mascota de
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
64
todo el Instituto Experimental del Atlántico, colegio que recién había
iniciado labores para cumplir con el sueño que abrigara durante
tantos años el Profesor Assa de educar integralmente a estudiantes
de bachillerato de las zonas más pobres de Barranquilla, pero con una
capacidad intelectual superior y un mínimo de esperanzas.
Yo estaba en el Experimental como celador los sábados en la
tarde y los domingos todo el día, porque el celador ocial cuidaba
todos los días de 6 de la tarde a 6 de la mañana, y el colegio quedaba
vulnerablemente solo en esos espacios que me adjudicó el Profesor
Assa —a pedido de mi madrina Olga García Cormane, quien era
ya la Secretaria Administrativa del Experimental y mano derecha
del Profesor Assa en su manejo— para ayudarme económicamente
como alumno becado que era del Instituto de Lenguas Modernas–
ILM. Además, yo estudiaba Filología e Idiomas en la Facultad de
Educación de la Universidad del Atlántico, nombre de la antigua
Escuela Superior de Idiomas —también creada por el Profesor
Assa— y donde había estudiado mi madre, Teresa Collante, en los
años cincuenta.
El cachorro se acercó a mi hamaca y acarició con su hociquito
frío y tierno el dorso de mi mano que colgaba en el aire ya cerca del
suelo. Lo acaricié y me mordisqueó los dedos, juguetón, y luego se
dirigió hacia una zona de labores de esa casona hermosa de la calle 57
entre carreras 44 y 45 —Cuartel y Líbano— en el Barrio Boston.
Pasaron unos minutos de silencio y, de pronto, oí un chillido
de dolor. Me levanté de la hamaca a ver qué le estaba pasando al
cachorro. Adiviné que se encontraba en la zona media de la casa, a la
que le habían añadido algunas habitaciones más, de manera que un
desagüe, que debió haberse vertido en el antiguo patio colosal, ahora
quedaba dentro de la casa y el cachorro había intentado entrar y se
había atascado entre las salientes cortantes de un cemento anterior
con el que habían querido sellar ese desagüe. Liberé dicultosamente
José Luis Hereyra
65
al animalito, quien sangraba en su tierno pelaje blanco, y le hice
algunas curaciones —más humanas que veterinarias— con algodón y
merthiolate que había en el botiquín de primeros auxilios del colegio.
Lo metí en la hamaca y, acariciándolo, se durmió.
Sentí que era protagonista de algo doloroso y absurdo. El perrito
me hacía sentir ese ahogamiento, la creciente asxia vivida por el
protagonista de “No se culpe a nadie”, el cuento de Julio Cortázar,
donde el tipo se va a poner un “pulóver” —anglicismo argentino
para “suéter”, otro anglicismo— y desde el inicio mete la cabeza por
la manga, y luego se va enredando más y más, con las pelusas de lana
pastosamente empapadas de saliva en su propia garganta, hasta que
muere asxiado.
En ese momento, en 1971, a mis veinte años recién cumplidos,
yo nunca había escrito un cuento antes. Había “cometido algunos
poemas” de amor púber desde los trece años, pero nada más. Me
levanté y, de un solo tirón, escribí “El desagüe”, mi primer cuento en
la vida y que ganaría el Premio Nacional de Literatura El Espectador
en septiembre de ese mismo año 1971. Luego repetí ese premio
casi enseguida, en enero de 1972, con el cuento “Disección de un
desencuentro”, mi segundo cuento en la vida, escrito en el mismo
lugar (el Instituto Experimental del Atlántico en el barrio Boston), con
la misma música ambiental de fondo (la colección de música clásica
del Experimental) y en la misma máquina de escribir (la Underwood
reluciente del Experimental).
El Profesor Assa me había conado esa honrosa posibilidad de
cuidar el colegio y además ganarme unos pesos, más por la inmensa
amistad que él, su esposa doña Nuria y su hija Nuria (que para media
Barranquilla siempre fueron doña Nuri y Nuri) tenían con mi madrina
de sacramento, doña Olga García Cormane, su señora madre doña
Maxi Cormane y su hijo y nieto, respectivamente, el pianista y hoy
médico y odontólogo en Italia Luis Fernando Patín García. Y hoy le
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
66
agradezco mucho más al Profesor Assa todo lo que hizo por mí, a
su memoria de hombre superior y extraordinario, porque durante
muchos años cargué con la merecida fama de rey del despelote, la
rumba, la poesía y las mujeres. Además —y a pesar de esa fama
non sancta— mientras cuidaba el Experimental, el Profesor Assa me
había autorizado a leer e investigar en la Biblioteca, a usar el equipo
de sonido con su amplísima discoteca clásica y a usar la máquina
de escribir. Como en un mundo inexplicable y perfecto, la inmensa
generosidad del Profesor Assa por los muchachos pobres marcaba
con una luz inextinguible mi destino.
Luis Fernando, Nuri y yo éramos compañeros del Colegio
Americano de Barranquilla, un colegio donde los valores éticos y la
calidad académica nos hacían una sola familia. Yo iba un curso arriba
de Luis Fernando y él un curso arriba de Nuri. Desde muy pequeño
Luis Fernando estudió música en Bellas Artes y lenguas extranjeras
—inglés, francés y alemán— becado en el Instituto de Lenguas
Modernas del Profesor Assa. Era, además, un excelente alumno en el
Colegio Americano de Barranquilla y una especie de joven prodigio
en nuestro medio caribe, ya que, siendo todavía un adolescente de 14
años, fue el pianista de la famosa Orquesta de Pete Vicentini, el cual
en una entrevista inolvidable dijo que Luis Fernando era tan bueno
que había legado un sonido memorable a su orquesta.
Nuri y Luis Fernando, brillantes ambos, eran una pareja de
amigos excepcionales y diarios, que compartían la música, el cine,
la academia y las lenguas extranjeras todos los días. Como yo había
quedado huérfano de padre y madre en 1962 y 1963 respectivamente,
almorzaba todos los días donde mi madrina Olga García Cormane y
doña Maxi —la casa de Luis Fernando— y allí compartíamos mucho
con Nuri y Luis Fernando en un nivel de amistad y fraternidad que
hasta el día de hoy persiste.
José Luis Hereyra
67
Solo para conversar o para avisarme que va a venir a Colombia,
Nuri siempre me llama telefónicamente desde Washington D.C.,
donde trabaja; o desde Nueva York, donde vive por horas su hijo,
el violinista de A Far Cry, Alex Fortes, quien vive más en un avión;
o desde California, su hogar desde que llegó a estudiar a California
en los setenta. Estos son los tres vértices del triángulo básico en que
se desplaza su vida profesional y familiar. Es relevante decir que,
en los últimos diez años, para Nuri Assa, ese triángulo ha sumado
otro vértice hasta ser cuadrilátero, porque Barcelona, cuna familiar
materna, siempre está en su corazón y en su itinerario, sobre todo
desde que hace un par de años su hija, Eva Fortes, vive y trabaja
desde Barcelona para el mundo.
También nos escribimos por Whatsapp frecuentemente y
ayer, nada más, me envío una hermosa fotografía que tomó en
Bethesda (California), donde la luna acaricia suavemente la esquina
de un edicio que parece morisco, temblando bajo el rumor de un
árbol silencioso, lo que evocaría en la imagen captada por la hija
la sensibilidad musical, artística y poética del Profesor Assa, tanto
en su condición de melómano universal o en su riguroso, certero y
estremecedor trabajo de traductor-artista, vertido al español desde
lenguas como el alemán, el inglés y el francés, de escritores inmortales
como Goethe o Rilke o Zweig o Mann .
En este año 2016, por ejemplo, el día que Nuri entregó ya vendido
el Edicio Guararé, el edicio familiar donde también funcionaba el
Instituto de Lenguas Modernas —y que según indicaciones diarias
del Profesor Assa a los taxistas barranquilleros estaba situado en
“el cruce de las dos mentiras, porque queda en Campoalegre y
Progreso”— , me invitó a almorzar a la que ella llama “una de sus dos
ocinas en Colombia”, la Heladería Americana de 20 de Julio con la
Calle 72, antiguo refugio afectivo y gastronómico del Profesor Assa y
Nuri en Barranquilla, y donde aún está atendiendo Néstor, el mismo
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
68
que en la antigua sede de la Americana, en la calle San Blas, les servía
el yogurt especial y los famosos helados frozomalt.
En 1963, por razones de su inminente muerte, mi madre le había
pedido como su última voluntad a mi tía Carmen Collante de Falquez
que me protegiera en su denitiva ausencia hasta verme graduado en
el Colegio Americano, por lo que el Colegio Americano signicaba
para ella, la familia y la ciudad. Porque ella había estudiado en él
—junto con mi madrina Olga García Cormane— y moría siendo
profesora del Colegio Americano durante toda su vida. Por algunos
peligrosos enfrentamientos familiares, mi tía Carmen, mis primos y
yo tuvimos que abandonar Barranquilla. Todos fuimos trasladados al
Colegio Americano de Bogotá, donde me gradué, gracias a Dios, con
excelencia académica.
Aún sin la ceremonia de mi grado en Bogotá, regresé a
Barranquilla y mi madrina Olga García —después de curarme una
disentería amibiásica y una anemia perniciosa que no me dejaban
crecer— me llamó a que siguiera almorzando donde ella y con la
señora Maxi, como siempre; y le solicitó al Profesor Assa una beca en
inglés (británico) para mí. El Profesor Assa me invitó a presentar el
examen obligatorio y, cuando hube terminado, me dijo: “Pepe (porque
siempre me dijo “Pepe”), usted salió bien librado del examen, pero de
todas maneras tiene que someterse al curso de un año de gramática
para que supere el ‘inglés de chipi chipi’ que es lo que habla.” Ese
curso de un año era el famoso “Tubo”, un curso tan duro y formativo
de verdad, “estrecho como un tubo”, y por eso producía pavor, ya
que muchos no lograban superarlo.
En 2014, la revista web Alfa Eridiani de España invitó a mi gran
amigo, el escritor Antonio Mora Vélez, ya un clásico colombiano y
latinoamericano de la ciencia-cción, a presentar una obra suya en
inglés. Yo escogí 60 poemas de sus 3 libros de poesía publicados y
los traduje del español al inglés en un volumen llamado The Riders
José Luis Hereyra
69
of Remembrance. El libro fue acogido en Europa con excelentes
críticas, y coneso que le di gracias a Dios en silencio por haber sido
formado por Alberto Assa Anavi y no haberme quedado en el “inglés
de chipi chipi” que yo arrastraba jactanciosamente cuando lo conocí.
Había recibido del Profesor Assa y para el resto de mi vida el rigor
lingüístico, la sintaxis profunda y deslumbrante, la febril invocación
a los signos y las palabras, y esa simbiosis ígnea de inspiración y
obligada solidez cientíca cuando se escribe o se traduce.
Como epílogo, al hablar en estos días con Nuri Assa sobre este
modestísimo texto de homenaje y recuerdo, me dijo que estaba muy
cansada de ver cómo la memoria de su padre —nuestro querido
y admirado Profesor Assa— corría el riesgo de caer en manos de
gentes que de verdad no lo conocieron, porque él era un hombre
alérgico a homenajes a su persona y que lo único que esperaba era
que la memoria de Alberto Assa fuera honrada no dejando morir sus
últimos legados, todos en favor de la educación de los desposeídos.
Para un hombre de ética profundamente humana como Alberto
Assa, cuya portentosa inteligencia y su na ironía no permitieron
que se dejara jamás manosear de nadie, que no luchaba ni un pan
para mismo ni nada para su propio benecio… Para un hombre
de verdad como él, como es el ideal de una de sus máximas: “Mire,
joven, no se preocupe nunca por la nacionalidad, ni por la religión,
ni por el ideario político de ningún hombre. Preocúpese únicamente
de que sea un hombre de verdad. Es lo único importante…” Para un
hombre que solo le veía sentido a la vida en el servicio a los demás,
aun con la entrega de su propia vida, rendirle honores después de su
muerte solo podría cumplirse rescatando del peligroso olvido y del
cobarde abandono su legado, y construyendo sueños de justicia muy
humanos hacia la libertad del espíritu a través de la educación, el arte
y el pensamiento.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
70
Quizá cuando el Profesor Assa dijo “Lo importante no es
ser líder, sino ser útil”, pensaba en que el hombre verdadero debe
despojarse de la inútil y efímera vanidad en el silencioso y anónimo
servicio a la verdadera libertad de los demás: el acceso a la dignidad a
través de la educación para que algún día los hombres sean hermanos.
Homenaje al Profesor Assa no es empañar su legado con falsas
investigaciones sobre su vida y su obra, sino que los que tienen alguna
injerencia o poder de orden político o económico no dejen morir el
Concierto del Mes y menos dejen acabar el Instituto Experimental del
Atlántico, abandonándolos a su suerte o empañando la transparencia
de su devenir.
Artículos
73
“Toco tu boca, con un
dedo toco el borde de tu
boca”
Latinoamericanos en Suecia, Estocolmo,
16 de septiembre de 2006
Ningún hombre es en sí equiparable a una isla; todo hombre es
un pedazo de continente, de tierra rme. Si el mar se llevase lejos un
terrón, Europa perdería, como si fuera solo un promontorio y ya no
sería Europa entera; es como si tú perdieses la casa solariega de tus
amigos o la tuya propia. La muerte de cada hombre me disminuye
porque soy parte de la humanidad. Por eso, no quieras saber nunca
por quién doblan las campanas: están doblando por ti.
Este poema del siglo XVI, escrito por el poeta metafísico inglés
John Donne, atravesó misteriosa y silenciosamente los siglos hasta ser
escogido por el inmortal Ernest Hemingway como epígrafe y título
de su famosa novela ¿Por quién doblan las campanas?, terrible acto de
contar la cruel historia fratricida de la Guerra Civil Española de 1936
a 1939, donde todavía los ríos de sangre no han secado y preguntan
por los ojos secos de los miles de hermanos enfrentados y muertos en
esa guerra, insana como todas las guerras. Guerra fratricida, como la
que también va perpetuándose por más de medio siglo en nuestra
patria.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
74
El hombre no fue hecho para la desgracia, sino diseñado por
el soplo divino, primigenio y eterno, para la felicidad. El que nos
empeñemos, a nivel de especie o a título individual, en destruirnos
no tiene más respuesta que la enfermedad que por toda la historia
humana nos ha aquejado: la soledad de individuos que somos
parte de ese continente de carne, sueños y nervios, y la sumatoria
de nuestros miedos que solo sabemos expresar en agresiones, para
ahondar más nuestra propia soledad. De allí, que el amor erótico,
apenas un paliativo en la búsqueda del amor universal, totalizante
e integral con la Divinidad y el Cosmos, se nos torna muchas veces
inmanejable y nos lacera, no se sabe si desde bien afuera o desde muy
adentro, como cuando Julio Cortázar escribe desgarradamente:
Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos,
no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque
no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no
puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás
en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en
que me atormenta que me ames… me atormenta tu amor que no me
sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado...
Es que nosotros solo demostramos que queremos un amor
pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que
nos dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la
música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una
lengua…
Además, reexiona:
Dadora de innito, yo no tomar, perdóname. Me estás
alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de
luz… y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te
amo…Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer
y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese
José Luis Hereyra
75
elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te
deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-
la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se
la elige, como vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos
cuando salís de un concierto…
En suma, la historia humana no hace más sino ilustrar el
miedo paralizante a la imposibilidad de posesión del ser amado,
pero devenido en rearmación de la poesía dolorosa pero plena de
esperanza del amor por n cumplido algún día. Porque sin amor
nada tiene sentido ni valor ninguno, como lo rearma la Escritura:
Si yo hablase en lenguas humanas y angélicas, y no tengo
amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y
si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y
si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase montes, y no tengo
amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer
a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo
amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, No hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. No se goza
de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las
profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará…
Y la fe que proviene de lo sagrado, que mana como una suave y
silenciosa lluvia en nuestra alma, está también rearmada en nosotros
como un ineluctable destino de especie, como un ineludible código
genético donde habrá siempre un plácido amanecer después de la
desgarrante tormenta y, así, el mismo Cortázar que escribía con el
doloroso escepticismo anterior ahora susurra:
Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy
dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
76
boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo
y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que
mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas,
con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano
en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide
exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano
te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y
entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los
ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes
se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan
tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua
en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y
viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan
hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo
mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de ores o de
peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos
el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber
simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una
sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar
contra mí como una luna en el agua.
Dedico estas palabras a todos mis compañeros y compañeras
del Sena Sucre, con los que día a día formamos, como grano de arena,
una esperanza, un sueño de ser mejores como seres humanos y como
nación. Y a Gloria María Arsanios, a quien, en nombre de todos, le
deseamos un viaje sereno, enriquecedor y feliz, que se extienda hasta
la poesía, la miel y las arenas de sus ancestros, parte de su corazón.
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Elvia Chadid Jain:
La fertilidad de la
imaginación
Café Berlín, Alemania, 6 de julio de 2011
Uno de los más grandes talentos creadores del arte y la literatura
de Sucre ha sido, es y será por siempre Elvia Chadid de Feris. Su
imaginación de prodigio y su ilimitado y deslumbrante despliegue
de vida y energía la hacen, lejos, la más importante mujer de las
letras y el arte en toda la historia de nuestra región. Además, nadie ha
abarcado tantos campos del saber y de la creación, y los ha conjugado
en una obra coherente y con un sello de autenticidad tan personal e
inconfundible como lo ha hecho ella en su labor de escritora, poeta,
declamadora, compositora y cantautora.
En literatura, por ejemplo, ha manejado géneros tan duros,
profundos y disímiles como la poesía, la epístola, la sátira sociopolítica
(obras en su mayoría publicadas), y mantiene una profusa y fértil
correspondencia literaria con instituciones culturales de España,
Cuba y otros países, donde es altamente apreciada en su ser y en
su obra, una demostración más de la miopía e ignorancia de esta
sociedad “vacuna y pastoril” y del desgreño de gobernantes y
dirigentes, muchos de ellos iletrados e indiferentes a sus más caros
valores culturales y espirituales.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
78
Elvia Chadid de Feris, asimismo, complementa su poesía con un
sentido y estremecedor dominio de la declamación, temblor lírico que
la hace deslizarse en su elemento natural hacia la música, cuya labor
excelsa de compositora y cantautora nos ha legado —en colaboración
con su hermano, el siempre extrañado Fortunato— nuestro Himno
de Sucre, es decir, nuestra esencia de pueblo, sueños y esperanzas
aunados en un vehículo sagrado de amor y arte. Y, como guarda una
universalidad mítico-raizal en su genética semita que ha atravesado
todas las tierras del mundo, conjuga los susurros fantásticos de la
inmortal Scherezada de sueños de almenares, castillos y genios, con la
sangre del toro criollo que brama entre los estertores del sol sabanero
y la música de bandas que rasga el aire de tres de la tarde, como en su
porro “tapao”, premiado por Colcultura, “Soy sabanero”.
Elvia Chadid de Feris ha publicado: De lo profundo a lo alto
(poesía), Hola, camarada (epístolas), Colombia herida (poesía) y
Colombia, estás en la olla (sátira política). Tiene aún inéditas las obras
de narrativa y poesía: Érase una vez más otra vez, De poeta es mi alma y
Buscando en la nada.
También —y ese es el motivo literario y humano de este
homenaje sincero— ha producido una importante obra novelística.
Sí, tal como lo oyen: novelística; un corpus de cuatro novelas que se
adentra también, con propiedad, en la “novela de ciencia-cción”
o “sci- novel”, ya que una de las labores con la cual la acompaño,
además de la revisión de sus prodigiosos textos, es la traducción
de estas nuevas novelas a la lengua natural de la ciencia-cción:
la lengua inglesa. Tengo una fe inquebrantable, una especie de
intuición superior o revelación iniciática, en que estas obras pueden
llegar muy lejos a nivel mundial —como obras literarias o guiones
cinematográcos— ya que cargan una mezcla inefable de pureza,
casi ingenuidad, a la manera del Jardín del Edén, y una convicción
del eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, y el triunfo nal del
José Luis Hereyra
79
corazón humano sobre este último, todas las acciones cumplidas en
el escenario del universo cósmico, con lo cual la autora cumple, en
la escritura de su obra, aquel refrán español: La imaginación hace
cuerpo de lo que es visión.
Y, curiosamente, subyace en esta literatura un gran humor, a
veces humor negro, que produce una deliciosa sensación de bienestar,
de sorna, de na ironía inteligente, a la manera de Enmanuel
Kant al decirnos: La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la
imaginación. Componen esta tetralogía novelística las obras: Círculo
de fuego, monumental saga (por supuesto, de varias generaciones
de una familia) de más de cuatrocientas páginas; y las novelas
de ciencia-cción El país de las múltiples maravillas, Secuestro
intergaláctico y Cerco satánico. En estas novelas los solos nombres
—inventados todos por la autora— suman ¡más de doscientos! Otro
motivo pantagruélico y asombroso de esta esta de la imaginación,
que nos hace recordar la profunda reexión de Albert Einstein: La
imaginación es más importante que el conocimiento. Es posible. Pero,
también, La imaginación es la trascendencia última del conocimiento
humano hacia un porvenir superior, pienso yo.
81
El hogar de los Salgado
Berrocal
Café Berlín, Alemania, 2011
Cuando Héctor Daniel Salgado Berrocal me invita a donde sus
viejos y cruzamos medio Sincelejo para llegar al Edicio Zuccardi en
Venecia, llevo ya el alma de esta. Porque ver a don Héctor y doña
Carmen; recibir esa bendición que es su presencia; oír sus palabras
cargadas de sabiduría, de ternura, de humor y de paz; experimentar
el bálsamo de su aprecio y, fuera de eso, sentarse a su mesa, es gozar
del privilegio de los dioses con su nirvana de manjares servidos en
la tierra. Pero es que esto está escrito: Más vale plato de legumbres
con amor que buey gordo asado con odio. Porque lo fundamental en
esta familia es el amor, el estado de gracia que se cita en las grandes
fuentes sagradas y que, al vivirlo, reza la Escritura, se tiene todo lo
demás por añadidura. Y me reero siempre y vivo en mi corazón a
esta familia siempre. En mi corazón, en mi silencio. Porque ellos me
han dado más con su ejemplo; con su silencioso, pero vivo afecto, que
cualquier tratado de actitud positiva o de nueva era o de cienciología,
polémica religión sectaria, por cierto de moda. ¡Vaya supercialidad!
Don Héctor hoy en día goza de su pensión de toda una vida
dedicado al Banco del Comercio y doña Carmen sigue en su labor de
hormiga madre después de tantos años de crianza de Héctor Daniel,
Iván y Carmen Ana, hoy en día profesionales de la Arquitectura, de
la Medicina y de la Administración de Empresas, respectivamente.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
82
El orden, la planeación, la disciplina familiar y la austeridad podrían
ser respuestas que arrojen luces sobre el secreto de ese éxito familiar,
profesional y humano. Hay amor, y creo que de allí viene todo: desde
ese amor de la pareja primigenia uye el amor hacia sus hijos, con rigor
y sentimiento, sin necesidad de tantos sermones ni de tantos golpes
de pecho como son los menesteres de los pacatos, de los hipócritas
y de los que, como dijera el inmenso poeta español Rafael Alberti,
“están muertos y no lo saben”. Y pienso que bendito sea el día en que
los seres humanos entendamos que al vivir el amor todo lo demás
responde misteriosamente al orden de lo perfecto, ya que también
está escrito que lo único perfecto alcanzable para la vida humana
es el amor. Es decir, los seres humanos no seremos ni perfectos ni
santos ni nada parecido nunca, pero podemos transitar el camino del
amor y seguir una senda que se abre a cada paso, no antes, donde
todo lo inminente que se ofrece a nuestro paso está impregnado de
pureza, de paz y de susurros de ternura. Sé que no seremos perfectos
jamás y esto gracias a Dios, pero estaremos transitando el camino
del crecimiento espiritual como corresponde a quien busca con los
iluminados ojos del espíritu.
Un día —bueno como todos mis días, gracias a Dios— que
pensaba en ellos, reexioné que quizá yo los amo tanto a ellos porque
ellos me han querido siempre y bajo las circunstancias que sean.
Me han querido a mí, a mí mismo. Me querían cuando bebía trago
como un cosaco y también ahora que vivo la misericordia divina de
la sobriedad del alma, del cuerpo y del espíritu. Me querían cuando
he estado ausente y también cuando estoy con ellos. Me querían
cuando he sufrido privaciones y también cuando he nadado en la
prosperidad. Me querían al irme hasta extraña nación pues lo quiso
José Luis Hereyra
83
el destino y también cuando he regresado a verlos con la calidez
de un alma que los extraña siempre. Es decir, de ellos he recibido
siempre la alegría de una mesa de humeantes manjares y sonrisas de
afecto fraterno que me han enriquecido más que cualquier terapia
que me hubieran inventado los inútiles gurúes de esta modernidad
supercial y pendeja. Ahora acabo de hablar con Héctor Daniel y, de
seguro, transitaremos de nuevo la maravillosa senda de visitar a don
Héctor y doña Carmen. Desde ya, siento la felicidad que es el reino
de Dios en la tierra revelado sin palabras, Solo con el modesto y vivo
ejemplo, como se debe vivir una bendición: sin mostrarse, sin hacer
ruido, pero palpablemente.
85
José Prat y las coplas de
Jorge Manrique
A mis amados compañeros del Colegio
Americano de Bogotá, fraternos precursores de mis sueños
Este domingo 1° de octubre, mientras miraba —desde la amplia
ventana del Centro de Información de las Naciones Unidas en el
décimo piso del World Trade Center— los fríos cerros bogotanos, el
bullir de la multitud y los automóviles abajo en la calle 100, presencié,
en el fondo de mi corazón, intactos su voz y su recuerdo, cuando
declamó para mí por primera vez las “Coplas de Jorge Manrique a la
muerte de su padre, el infante don Rodrigo de Aragón”. Vi su rostro
de papá noel bondadoso con sus mejillas rosadas, sus zapatos negros,
nos y lustrosos, su vestido impecable azul turquí con la camisa
blanquísima cruzada por el ramalazo de su corbata de seda oscura,
juguetona en el viento. Tengo vivo en mi ser el nudo que se me hizo
en la garganta y el ahogo, la casi asxia de muerte sublime, que sentí
cuando, por primera vez, oí ese milagro de lucidez y belleza de las
coplas de Manrique en su voz. Prat, José Prat García me declamaba:
Recuerde el alma dormida, / aviue el seso e despierte / contemplando
/ cómo se passa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; /
cuán presto se va el plazer, / cómo, después de acordado, / da dolor;
/ cómo, a nuestro parescer, / cualquiere tiempo passado fue mejor…
Era nuestro profesor de Literatura en el Colegio Americano
de Bogotá, adonde había llegado en un doloroso exilio navegando
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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el Atlántico inconmensurable y los estragos todavía sangrantes
de la Guerra Civil Española. Había desembarcado en Barranquilla
primero, donde lo habían resucitado con caldo de pescado y amor de
caderas morenas. Y, después de haber vuelto a la vida, fortalecido por
el afecto caribe, siguió hasta el frío páramo donde yo, huérfano, había
llegado a estudiar por un inescrutable designio.
José Diosdado Prat García nació en Albacete el 10 de agosto
1900 y murió en Madrid el 17 de mayo de 1994. Estudió Derecho en
la Universidad de Granada, donde se graduó en 1925. Impulsó en
Burgos diversas actividades culturales y colaboró en la prensa de la
ciudad castellana. En 1930 consiguió el puesto de letrado del Consejo
de Estado. Ese mismo año ingresó en el PSOE, donde fue miembro
fundador de lo Asociación de Abogados Socialistas y asesor jurídico
de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra integrada
en la UGT. Miembro del Consejo del Instituto de Reforma Agraria,
en 1933 fue electo diputado por Albacete y formó parte de diversas
comisiones parlamentarias. Su desacuerdo con la decisión socialista
de impulsar un movimiento revolucionario en octubre de 1934 no
le impidió defender activamente a compañeros juzgados en varios
consejos de guerra. Esta muestra de solidaridad le permitió resultar
nuevamente electo por Albacete en las elecciones de febrero de
1936 por el PSOE. Durante la Guerra Civil fue nombrado Director
General de lo Contencioso en septiembre de 1936. Exiliado al nal
de la contienda, trabajó en la Secretaría del PSOE, encargada de los
refugiados Más tarde, trasladó su residencia a Colombia, donde,
de 1939 a 1976, impartió clases de Historia y Literatura en Bogotá.
Fundó la Casa de España en Colombia y escribió como columnista
en la gran prensa colombiana. Volvió del exilio en 1976. Fue senador
por Madrid en 1979; 1982 y 1986, y presidente del Ateneo de Madrid.
José Prat me entregó para siempre mi verdadero rostro; me hizo
saber lo más importante de mi vida: que la palabra era mi destino.
José Luis Hereyra
87
Por eso siempre recuerdo esa voz bondadosa y profunda, burlándose
con el más grande afecto: ¡Pelmazo y harto ligero, Hereyra en el mundo
entero, famoso por tal lo creo!
O dibujando el gran misterio de la vida y la muerte: Nuestras
vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / qu’es el morir; / allí van
los señoríos / derechos a se acabar / e consumir; / allí los ríos caudales,
/ allí los otros medianos / e más chicos, / allegados, son iguales / los
que viven por sus manos / e los ricos.
O escrutando la penumbra de la eternidad y los siglos: ¿Qué
se zo el rey don Joan? / Los infantes d’Aragón / ¿qué se zieron? /
¿Qué fue de tanto galán, / qué de tanta invinción / como truxeron? /
¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras, / las justas
e los torneos, / paramentos, bordaduras / e çimeras?
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Música, misteriosa forma
del tiempo
En el principio era el silencio. Y vio Dios que todo lo que Él
había creado tenía Su alma, tenía Su aliento. Y entonces, para mover
eternamente la vida según Su ritmo, creo la Música…
En algún texto sagrado oculto, de esos textos sacros aún no
descifrados por el hombre, debió haberse escrito en estos términos
la génesis de ese proceso indescifrable de la vida en el cual estamos
inmersos, que no cesa y cuyo inicio se pierde en la oscura faz del
tiempo primigenio. Porque nada representa el rostro y el ritmo
de la Divinidad como la música. Porque música hay en la lluvia,
en el susurro del follaje de los arbustos y los árboles empujados y
acariciados por el viento, en el eterno oleaje sobre la huérfana tierra…
Porque música hay en los cascos de las grandes manadas cuando
hieren multitudinariamente las estepas, las praderas… Porque
música hay en los rugidos de las eras, en el estruendo hondísimo
del trueno que nos sobrecoge y del fuego cuando crepita e ilumina
nuestros miedos y nuestras alegrías frente a su calor y su luz en las
largas noches de invierno… Porque música son las internas saetas
acústicas de las aguas de los océanos que murmuran el amor de
las criaturas que buscan perpetuarse sin saberlo y que copularán la
naciente vida…
Desde niño, en esa cálida Arenosa que sigue siendo en su
seno Barranquilla, cuando llegaban los diciembres, me quedaba sin
respiración casi para oír mejor en las noches los lejanos tambores
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
90
que habían llegado del África atravesando los mares y que ahora
se enredaban con las estrellas del despejado cielo decembrino
barranquillero y las autas de millo, y así tejían los acordes de las
cumbiambas que ensayaban sus cantos ancestrales que reinarían
en los Carnavales inminentes. Iba siguiendo los acordes y temblaba
cuando oía ya cerca esa música que me repercutía al compás del
corazón. Hasta que una noche sentí tan cerca la Cumbiamba que, con
el corazón palpitando al galope, me vestí y salí sin ruido de la casa. En
la esquina de abajo iba la multitud y una bocanada de brisa me pegó,
con música y algarabías, en el alma. Llegué corriendo hasta frente a
ellos y todavía sigo allí, junto a las caderas de las mujeres meciendo
el Universo, las velas oscilando hipnóticamente desde sus manos y
sus pies que eran como alas nísimas despegando de la Tierra sin
renunciar a ella. Siempre me acompaña esa madrugada mágica en los
momentos sublimes. O en los tristes, aciagos e ineluctables.
Por eso, mi alma siempre está iluminada por la música. Toda
la música del mundo me acompaña, muchas veces sin que nadie vea
que está allí. Porque la mayoría de las veces me acompaña por dentro.
La voz de Felipe Pirela, Miltinho o Tito Rodríguez interpretando
los boleros de Agustín Lara o de Rafael Hernández, marcando el
recuerdo del primer amor. Las porros, cumbias y merengues de
nuestra música raizal costeña, caribe, como el inmortal “Carmen de
Bolívar” de Lucho Bermúdez o “Atlántico” en la interpretación de
Pacho Galán, o el “Lamento Naúfrago” de nuestro Rafael Campo
Miranda. El blues o el jazz. Las grandes canciones populares italianas
como “O sole mio” o la gálica voz de la Pia o el “Venecia sin ti” de
Aznavour. Los nocturnos de Chopin o el oleaje indetenible de Bach.
La música pop norteamericana, con Fifth Dimension o el rock clásico
con los Beatles o los Stones, Johnny Nash, Jethro Tull… La salsa
clásica de Pete Rodríguez, los Lebron Brothers, Ricardo Ray, Joey
Pastrana, Willy Colón y Héctor Lavoe. Y ahora me embriago con las
José Luis Hereyra
91
voluptuosas caderas que acompañan el reggaetón de Daddy Yankee o
Don Omar, y hasta con el grupo RBD, con los cuales he logrado seguir
viviendo y entendiendo esa bendita, incomprendida y tumultuosa
edad de la adolescencia. De allí que sienta siempre una revelación
superior cuando los versos de “El otro poema de los dones” de Jorge
Luis Borges me resuenan como un leve eco iluminado en el alma: Por
la música, misteriosa forma del tiempo…
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Libia Díaz Carrascal: voz,
música y danza
Este reciente 30 de diciembre de 2005, Libia Díaz Carrascal,
nuestra entrañable diva y admirable compañera del arte, ha recibido
el máximo homenaje de afecto y de justicia a una vida entregada al
canto, a la danza, a la coreografía y a la formación de las juventudes
sucreñas. El doctor Darío Montoya Mejía, director general del SENA,
desde aquella mañana de diciembre de 2003 en la que le entregué mi
artículo sobre Libia acabado de publicar en El Meridiano de Sucre,
había mostrado su profunda admiración por ella, por su trabajo, por
lo que representa como símbolo cultural y humano de nuestra región,
y había mostrado su profundo y genuino interés en que la entidad
tan importante que dirige asegurara por partida doble la estabilidad
laboral de Libia y su exclusividad académica para la institución. Por
eso, este 30 de diciembre de 2005, Libia ha recibido el nombramiento
de planta como Instructora de Artística del Sena-Regional Córdoba,
aunque tenemos la ilusión que, posteriormente, nos sea reasignada
para el Sena-Regional Sucre.
Pero no todo ha sido color de rosa para lograr este signicativo
homenaje a una vida como la de ella, una vida entregada al arte y a
la formación de juventudes. Los primeros condotieros —universales
y generosos, justos y lúcidos— que enarbolaron su justa y noble
causa fueron Esteban Orozco y Zoraida Gutiérrez, quienes en ese
diciembre de 2003 le otorgaron el título Honoris Causa en Música del
Conservatorio de Sincelejo, esa parcela de belleza y futuro que ellos tan
brillantemente dirigen. Pero, para efectos legales de nombramiento
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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nacional, el título otorgado no era suciente. Y, entonces, empezó el
vía crucis de tocar puertas a oídos sordos y arrogantes.
Pero, gracias a Dios la historia ha tenido un nal feliz, ya que los
méritos que no quisieron reconocerle los grandes intelectuales de aquí
los reconoció —¡y con creces!— el Ministerio de Educación Nacional,
quien la llevó con honores a Bogotá a recibir su Tarjeta Profesional del
Arte, y “¡se acabó quien te quería!”: Libia Díaz Carrascal, Profesional
del Arte en Colombia, con título nacional otorgado por la más alta
instancia educativa posible, el Ministerio de Educación Nacional.
¡Hermosa la grandeza, generosidad y misericordia de Dios, frente a
la pequeñez y mezquindad de los ineles!
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Elías Eslait Russo, amigo
del alma
El día 7 de abril de 2004, es decir, Miércoles Santo y Día de
Barranquilla, uno de mis más entrañables amigos y uno de los más
nos y lúcidos escritores que haya conocido, Elías Eslait Russo,
falleció en nuestra Barranquilla querida cuando salía de la casa de
familiares a comprar unos cigarrillos en la licorera de la esquina, en
pleno matrimonio de uno de sus sobrinos.
Elías “el cienaguero” (de Ciénaga, Magdalena), Elías “el
culosungo” (verdadero patronímico de los cienagueros raizales),
como irreverentemente se autodenominaba en su ácido humor
cuando percibía en su cercanía sgoneadores y perversos, era,
paradójicamente, uno de los seres más nobles y tolerantes que yo
haya jamás conocido.
Heredero de esa luz mediterránea que se macera entre el
zumo de las olivas y el tierno corazón de las almendras, Elías era
un gastrónomo exquisito, con una devoción por la inquietante
profundidad del álgebra de sus antepasados, “palacio de precisos
cristales”, como dijera Borges en su “Otro poema de los dones”. De
allí que su lúcida obra posee rasgos de verdad asombrosos en la
medianía que caracteriza nuestra “mostrable” literatura.
Recuerdo (tengo vivo) en este instante el cuento deslumbrante,
Apología del diez”, que le acompañé a escribir y que me dedicó
en un pantagruélico amanecer en la casa de José Manuel Elías en
su Ciénaga amada, en aquellos irrepetibles años ochenta, cuando
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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yo dejaba el béisbol profesional, es decir, me quitaba el disfraz de
traductor simultáneo de béisbol de Grandes Ligas de la Emisora
Atlántico Espectacular, de Cadena Radial Olímpica, y de gerente
del equipo Olímpica Baseball Club, también de los Char, y nos
íbamos con mi joven familia a esa Ciénaga de donde viene mi sangre
materna. Esa Ciénaga de jóvenes escritores que ociaba alrededor
del maestro Rafael Caneva Palomino, acompañado con ese príncipe,
también ido ya, que era su hijo médico, graduado en la extinta URSS,
Vladimiro Caneva. Y yo era absolutamente aceptado como miembro
de la cofradía por ser un Collante, con sucursales familiares, además,
en Aracataca, Santa Marta y Puebloviejo.
A Elías nada de lo humano le era ajeno. Y nada de lo divino,
tampoco. Elías, en su humor corrosivo, se paseaba irreverente
y respetado por entre todos nosotros, porque dejaba una estela
contestataria (frente a la que no servía ningún blindaje), mezcla de
nobleza, “chispa”, conocimiento y “mamadera de gallo”. Pero detrás
de esa “frescura” se escondía un organizador de altísima eciencia,
un visionario que “parecía ver el otro lado de las cosas”, un hombre
de un rigor extensible hasta los más mínimos detalles, un cultor de la
más exigente disciplina. Fue, gracias a estas virtudes nada comunes,
que Elías Eslait pudo rescatar para la posteridad la tradición máxima
de la cultura cienaguera, patrimonio intangible antropológico —las
Fiestas del Caimán—, y fundar la Casa de la Cultura de Ciénaga,
capilla de peregrinación fraterna donde todos los eneros coincidimos
—como el King Salmon o los patos canadienses— en nuestra
migración afectivo-literaria, todos aquellos que en la vida hemos
escrito algo porque hemos, en algún momento, tenido la verdadera
necesidad de decir algo, como describiera el maestro Cepeda Samudio
al verdadero escritor frente a esa nube de farsantes que pulula por los
eventos literarios.
José Luis Hereyra
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El 17 de enero de 2001 fue la última vez que lo vi. Yo había
regresado una vez más, un año más, al encuentro de Ciénaga, pero
nalmente me fui adonde Elías, a su casa, a untarme de ellos, a
saludar a su mamá, a degustar su exquisita comida árabe, a beber
como cosacos, a arrastrarnos de la risa, a hablar de los últimos
acontecimientos socio-sico-sexuales de su parroquia entrañable, a
declamar poesía como nos gustaba —con todos los hierros—, a leer
textos, carajo, y a relatar lo que había sido de nuestras vidas en todos
esos años, sin arrepentirnos de nada, echando pa’lante, sin plañideras
ni mea culpae ni golpecitos en el pecho. Leímos el cuento que nos
hermanaba aún más, y me dedicó la antología de Martiniano Acosta
y Clinton Ramírez —donde “Apología del diez” está incluido— con
estas palabras: “Para Jose, quien conoce el mundo de donde sale este
poco de humanidad. Con afecto, Elías Eslait R. / Ciénaga, enero 17 de
2001”. Así, con esa permanente modestia, con esa humildad, con esa
sencillez.
Me imagino que ya habrán echado el discursito de que hay que
tener consuelo ante la muerte, de que nadie conoce los inescrutables
caminos de Dios, de que pronto nos tocará también a nosotros y de
que nadie se escapa de ese designio inexorable. Qué bueno echar el
discursito. Pero qué triste que uno tenga que perder un amigo, a un
ser querido, y, lo más terrible, que uno no puede volver a ver a esa
persona nunca más. Ni oír su risa ni su voz más nunca. Qué triste que
toda una geografía se le quede sin sentido a uno porque ya no está allí
el amigo que se iba a alegrar con nuestra presencia.
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“Lágrimas negras”, de
Bebo y Cigala
Con Nuri Assa y Luis Fernando Patín nos reunimos después
de muchísimos años en Barranquilla, en este enero de vientos
irrefrenables y cielo azulísimo. Nuri le trajo a Luis Fernando, desde
Washington D.C., “Lágrimas negras”, el impresionante trabajo
musical de Bebo & Cigala: voz ronca de amenco acariciada y llevada
en las alas de un piano sublime. “Lágrimas negras” es el título de una
canción compuesta en los años 30 por el cubano Miguel Matamoros
(1894-1971) y permanece en la memoria: “Aunque tú me has dejado
en el abandono / aunque tú has muerto todas mis ilusiones...”. El
trabajo lo rman el legendario pianista cubano Bebo Valdés y el
cantaor Diego “El Cigala”. Una joya que tiene detrás una apasionante
historia.
El álbum “Lágrimas negras” es un proyecto de Calle 54
Records, con Fernando Trueba al frente, lo que signica que es
una historia de sentimientos apasionados. El de Fernando Trueba
hacia la música latina es de dominio público desde que dirigió el
lme Calle 54, reejo de una pasión vital. El echazo de Diego “El
Cigala” con Bebo Valdés y la canción “Lágrimas negras” lo cuenta
el cineasta en su particular “diario de sesiones” de la grabación,
enriquecido y documentado por el texto escrito por Ángel González:
Es una extraordinaria amalgama en la que la canción antillana suena
a cante, y al revés, dice el poeta ovetense. Estos apasionamientos
encadenaron otros y el resultado es el disco de un pianista cubano de
84 años y un cantaor español 50 años más joven. El álbum contiene
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
100
nueve canciones que son clásicos, con la participación de músicos
de primerísima la. El contrabajista Javier Colina y el percusionista
Piraña dejan su sello en casi todas las canciones. Pero en “Lágrimas
negras”, canción que da título al disco, aparece el saxo de Paquito
D’Rivera y la percusión de lujo de Tata Güines, Changuito y Pancho
Terry. También hay boleros como “Inolvidable”, “Se me olvidó que
te olvidé” o el “Corazón loco”, popularizado en su día por Antonio
Machín y hoy recreado con Niño Josele en la guitarra amenca. El
brasileño Caetano Veloso recita “Coraçao vagabundo” en “Eu sei que
vou te amar”, de Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobim. Dentro
del repertorio latinoamericano, se incorpora una copla como “La
bien pagá”, con coros cubanos (Milton Cardona, Puntilla y Pedrito
Ramírez), y también hay homenajes a Bola de Nieve (“Vete de mí”)
y recuerdos a Argentina (“Niebla del riachuelo”) con el violín del
uruguayo Federico Britos. Y siempre el piano de Bebo y la voz de
Diego. Dos grandes.
Bebo Valdés es una gura capital de la música latina. Nació
en Quivicán (Cuba) en 1918 y su carrera comenzó como pianista
en la orquesta de Julio Cueva antes de pasar a Tropicana, bajo la
dirección de Armando Romeo, y llegó a ser director musical de este
célebre cabaret. En 1952, el productor Norman Granz le encargó la
grabación de la primera descarga de jazz cubano para satisfacer el
interés que esta música despertaba en Nueva York. Por la orquesta de
Bebo Valdés pasó un cantante llamado Benny Moré. Creó un nuevo
ritmo, la batanga, reacción cubana al mambo. Fue director musical de
Lucho Gatica... En 1960, Bebo Valdés abandonó Cuba y desde 1963
vive en Estocolmo (Suecia). Durante 15 años trabajó como pianista
en una cadena de hoteles hasta que, en 1994, y después de 34 años
sin grabar, Paquito D’Rivera le propuso un nuevo disco. “Bebo Rides
Again” fue su reaparición. En este álbum, un Bebo de 76 años tocó
el piano, compuso ocho canciones y arregló 11 temas en 36 horas.
José Luis Hereyra
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Casi nada. En 2001 participó en el lme Calle 54, de Fernando
Trueba, interpretando “Lágrimas negras” con Cachao al contrabajo.
En las mismas fechas, grabó en un día el disco “El arte del sabor”,
con Cachao (83 años ambos) y Patato Valdés. Ahora toca con Diego
el Cigala. El tío de Diego Jiménez Salazar, artísticamente Diego “El
Cigala”, (1968, Madrid) era Rafael Farina. De niño cantaba Diego
por el Rastro madrileño y ganaba concursos de amenco. A los 20
años, Camarón le rebautizó Dieguito y después trabajó con todos: el
mismo Camarón, Tomatito, Gerardo Núñez y los mejores bailaores
y bailaoras. Hoy, Diego “El Cigala” es uno de los artistas más
importantes del amenco y su disco, con la guitarra de Niño Josele a
su vera, le ha situado en un lugar de privilegio, como el cantaor más
abierto de la actualidad.
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Albert Camus: “No soy
existencialista”
Con respecto a las vidas paralelas y divergentes de Camus y
de Sastre, Roger Grenier, autor de Albert Camus, una biografía
intelectual (Gallimard, 1991), escribió con un profundo énfasis en dos
aspectos esenciales de la vida y la obra de Camus: su amor por la
libertad y su defensa de la tolerancia, concebida como el único clima
que propicia el diálogo humano. Resalta la imprevista negativa de
Camus, respuesta jamás esperada —“No, yo no soy existencialista”—
y declarada por Camus en 1945, en una entrevista concedida a
Jeannine Delpech. “Sartre y yo nos sorprendemos de ver siempre
nuestros nombres asociados. Incluso pensamos publicar un pequeño
desplegado en donde los abajo rmantes declararan no tener nada
en común y se negaran a aclarar las dudas que pudieran suscitar
respectivamente. [...] Sartre sí es existencialista, y el único libro de
ideas que yo he publicado, El mito de Sísifo, estaba dirigido contra
los lósofos llamados existencialistas.” Esto no le impidió a nadie, en
esa época, englobar a Camus en el lote de nuevas celebridades, junto
con Sartre, De Beauvoir, Boris Vian y los habituales del café De Flore.
Resulta siniestramente gracioso releer lo que escribía en aquel
momento el estalinista Jean Kanapa, en “El existencialismo no es
un humanismo”: “Es cierto que el Sr. Camus ha clamado no ser
existencialista. No resta más que su Mito de Sísifo tome perfectamente
el lugar al lado de Pyrrhus y Cinéas de la señora De Beauvoir, aunque
sea más bien literario que losóco.” Y si Raymond Aron precedió a
Camus como editorialista en Combat, fue como consecuencia directa
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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del existencialismo de Camus. “¿Quién no puede darse cuenta de
que El mito de Sísifo se traduce políticamente por el neofascismo
de Raymond Aron?” Jean Kanapa hace igualmente una extraña
amalgama entre Camus y el existencialismo cristiano de Gabriel
Marcel: “¡Qué cercano se encuentra G. Marcel de Camus! ¡Cómo
se parecen todos los existencialistas! ¡Que armonía en la maniobra!
Puesto que se trata de una maniobra, ya que el existencialismo de
Marcel y el de Camus llevan directamente a la posición política que
no osa decir su nombre: la reacción.”
Más seriamente, Sartre ha explicado que Camus no es un
existencialista y que sus verdaderos maestros son los moralistas
franceses del siglo XVII. Y explica que la palabra absurdo no tiene
el mismo signicado para Camus que para él: “El absurdo nace
para él de la relación entre el hombre y el mundo, de las exigencias
razonables del hombre y de la irracionalidad del mundo”, mientras
“lo que yo llamo absurdo es una cosa muy diferente: es la contingencia
universal del ser, que es, pero que no es el fundamento de su ser; es
lo que hay en el ser de dado, de injusticable, de siempre elemental.”
Para el existencialismo el hombre no es su propio n, ya que no existe
más que proyectándose fuera de sí mismo, a lo que llamamos la
trascendencia. En cambio, para Camus el hombre es su propio n.
De esta manera precisa su posición respecto al existencialismo, o
más bien respecto a los existencialistas: “El existencialismo tiene dos
formas: la de Kierkegaard y Jaspers, con la que se desemboca en la
divinidad a través de la crítica de la razón; con la otra, representada
por Husserl, Heidegger y muy pronto Sartre, y que yo llamaría el
existencialismo ateo, se termina de igual forma en una divinización,
que es simplemente aquella de la Historia, considerada como el único
absoluto. Ya no creemos más en Dios, pero sí en la Historia. Por mi
parte, comprendo muy bien el interés de la solución religiosa, y percibo
muy particularmente la importancia de la Historia. Pero no creo ni en
José Luis Hereyra
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la una ni en la otra, en sentido absoluto. Me interrogo y me enojaría
mucho que me forzaran a escoger de una manera radical entre San
Agustín y Hegel. Tengo la impresión de que debe haber una verdad
tolerable entre los dos”. Camus subraya, de manera humorística,
lo difícil que resulta dar a cada uno la etiqueta que le conviene, y
constata lo que hay en común entre Sartre y él: que ninguno de los
dos cree en Dios y, de entrada, no creen en el racionalismo absoluto.
(Basado en la traducción de Alejandra de Moya, 2000).
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Lewis Carroll (1832-1898)
Toda mi vida he sentido fascinación por Lewis Carroll y su obra
Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas”. Investigando y
releyendo en esta Semana Santa de 2006, encontré en la Internet esta
semblanza biográca de Carroll en www.guiascostarica.com, que
comparto con mis lectores.
Charles Lutwidge Dodgson era el nombre verdadero del autor
de las “Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas” (“Alice’s
Adventures in Wonderland”), y de “A través del Espejo” (“Through
the Looking Glass”). Nacido en Daresbury, Inglaterra, era el mayor
de 11 hijos: cuatro varones y siete niñas. A los 18 años, ingresó en la
Universidad de Oxford, en la que permaneció durante cerca de 50
años, y en la que obtuvo el grado de bachiller y se recibió de preceptor.
Fue ordenado diácono de la Iglesia Anglicana y enseñó Matemáticas
a tres generaciones de jóvenes estudiantes de Oxford, y lo que es más
importante, escribió dos de las más deliciosas narraciones que se han
producido en el campo de la literatura.
Poco es lo que hay que decir, aparte de estos hechos, acerca de
la vida del Reverendo Dodgson. Vivió 66 años tan tranquilamente
como puede hacerlo cualquier otro hombre, y el trabajo y ocupación
de su vida, así como su diversión favorita, fueron las Matemáticas.
Padeció, de insomnios durante toda su existencia, y pasaba noches
enteras despierto, con los arduos problemas matemáticos dando
vueltas en su cabeza, y tratando de descifrarlos. Escribió diversos
libros sobre la materia y el más interesante de ellos se titula: “Euclides
y sus modernos rivales”.
El desagüe
Cuentos, reportajes y artículos
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Sus cuentos vieron la luz con el seudónimo Lewis Carroll.
Quizá la razón de esto fuera su extraordinaria timidez ante las gentes,
es decir, ante los adultos. Tenía pocos amigos en la plenitud de su
desarrollo y crecimiento, y como era tímido, se retrajo de los adultos
y creó sus amistades entre los niños, especialmente entre las niñas
pequeñas; los comprendía perfectamente y era su natural y delicioso
compañero. Fácilmente tomaba parte en sus juegos; inventaba
siempre algunos nuevos y les contaba cuentos e historias.
La Alicia real y verdadera era la hija de su amigo el diácono
Liddell, la cual, mucho más tarde, relató cómo esos cuentos
caprichosos que aún deleitan a los lectores de todas las edades y
de todos los países les fueron referidos a ella y a sus dos hermanas:
“Muchos de los cuentos del Sr. Dodgson nos fueron contados en
nuestras excursiones por el río, cerca de Oxford. Me parece que el
principio de “Alicia” nos fue relatado en una tarde de verano en la
que el sol era tan ardiente, que habíamos desembarcado en unas
praderas situadas corriente abajo del río y habíamos abandonado
el bote para refugiarnos a la sombra de un almiar recientemente
formado. Allí, las tres repetimos nuestra vieja solicitud: “cuéntenos
una historia”, y así comenzó su relato, siempre delicioso. Algunas
veces para morticarnos o porque realmente estaba cansado, el Sr.
Dodgson se detenía repentinamente diciéndonos: “esto es todo, hasta
la próxima vez; ¡ah, pero ésta es la próxima vez!”, exclamábamos las
tres al mismo tiempo, y después de varias tentativas para persuadirlo,
la narración se reanudaba nuevamente”. Alice se publicó en 1864, y
A través del espejo”, en 1871. Ambas fueron ilustradas por el famoso
dibujante inglés John Tenniel. Estos libros han sido posteriormente
ilustrados por otros muchos artistas, pero los magnícos dibujos de
Tenniel continúan siendo los favoritos. Otras publicaciones de Lewis
Carroll son: “The Hunting of the Snack” (1876) y el cuento poco leído
“Sylvie and Bruno”, 1889 y 1893.
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José Lezama Lima (1910-
1976)
José Lezama Lima fue poeta, narrador y ensayista y es uno
de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana
del siglo XX. Nació en La Habana, en 1910. Licenciado en Derecho,
participó activamente en la refriega estudiantil de 1930 contra el
dictador Gerardo Machado. Trabajó en un bufete de abogados y
posteriormente fue funcionario. Dirigió numerosas Revistas entre
1944 y 1956. Tras el triunfo de la Revolución Cubana, desempeñó
diversos cargos relacionados con el mundo de la edición, aunque
terminaría aislándose y dedicado por entero a su obra literaria a partir
de 1961 y hasta su muerte. Su primer libro de poemas fue Muerte
de Narciso (1937), que supuso un punto y aparte en la literatura
cubana y en el que rompe radicalmente con la tradición literaria
para regresar al mundo de la mitología y la i “Enemigo rumor”
(1941), “Aventuras sigilosas” (1945), “Dador” (1960) y “Fragmentos
a su imán”, publicado póstumamente en 1977. A los conocimientos
enciclopédicos de cualquier tema sobre el que disertara había que
añadir una prosa deslumbrante, barroca, hermética para muchos,
donde metáfora, análisis cientíco y rigor eran herramientas de la
misma importancia. Sus primeras conferencias se publican bajo el
título de “Analecta del reloj” en 1953. En 1957 aparece el volumen de
ensayos “La expresión americana”, inspirado en un viaje a México del
escritor en 1947, uno de los dos únicos viajes que realizó el autor siendo
adulto. Impresionado por el país centroamericano, Lezama ofrece al
lector un análisis de la realidad del continente hispanoamericano
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radicalmente nueva. “Tratados en La Habana” (1958), “La cantidad
hechizada” (1970), “Las eras Imaginarias” (1971) e “Introducción a
los vasos órcos” (1971) completan su obra ensayística y en ellos se
presenta la concepción del sistema poético del universo que fue la
verdadera gran creación del poeta cubano.
En 1966 publica la novela “Paradiso” como homenaje a su
madre, Rosa Lima. El protagonista de la novela, José Cemí, asmático y
poeta, es el alter ego del escritor. La propia biografía y la de su familia
son desentrañadas e iluminadas mediante la poesía. Lezama Lima,
como el protagonista de su novela, fue un hombre de pensamiento
más que de acción, un niño marcado por el sobrepeso y por el asma,
por una sensibilidad más allá de lo normal y por una gura materna
que desde la infancia despertó en él la fascinación por lo mitológico
y por el pasado. En 1961, con la desbandada familiar por cuestiones
políticas y la pérdida de muchos amigos que se ven obligados a
abandonar Cuba por sus conictos con Fidel Castro, da comienzo la
etapa más dura en la vida del escritor. Solo con su madre, se entrega
febrilmente a la creación y mantiene un abundante intercambio
epistolar con amigos y familiares perdidos en la distancia. El
patetismo y la desolación están latentes en cada una de sus cartas.
Ya entonces se obsesiona por la muerte de la madre, tres años antes
de que ocurra. Tras el fallecimiento de su madre en 1964, el escritor
cayó en una profunda depresión y se encerró en la casa familiar en
la calle Trocadero de la Habana para dedicarse a la conclusión de su
obra. Rosa María Lima era también el puente que unía al escritor con
la realidad. Solo tras la muerte de la madre, unos meses después, el
escritor piensa en el matrimonio; en diciembre de 1964 se casa con su
“mejor amiga y compañera” María Luisa Bautista, su nuevo puente
con la huidiza realidad. En 1970 José Lezama Lima consigue retirarse
de su cargo de funcionario y se atrinchera en su hogar junto a su
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esposa. El 8 de agosto de 1976 ingresa en el hospital sin gravedad
aparente y fallece de pulmonía la madrugada siguiente.
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Mayo de 2020
Sincelejo, Sucre, Colombia