José Luis Hereyra
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elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te
deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-
la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se
la elige, como vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos
cuando salís de un concierto…
En suma, la historia humana no hace más sino ilustrar el
miedo paralizante a la imposibilidad de posesión del ser amado,
pero devenido en rearmación de la poesía dolorosa pero plena de
esperanza del amor por n cumplido algún día. Porque sin amor
nada tiene sentido ni valor ninguno, como lo rearma la Escritura:
Si yo hablase en lenguas humanas y angélicas, y no tengo
amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y
si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y
si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase montes, y no tengo
amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer
a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo
amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, No hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. No se goza
de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las
profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará…
Y la fe que proviene de lo sagrado, que mana como una suave y
silenciosa lluvia en nuestra alma, está también rearmada en nosotros
como un ineluctable destino de especie, como un ineludible código
genético donde habrá siempre un plácido amanecer después de la
desgarrante tormenta y, así, el mismo Cortázar que escribía con el
doloroso escepticismo anterior ahora susurra:
Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy
dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu